Para no morir en una UCI
Presento en este artículo una primera aproximación para conocer lo que es en Perú una política de Estado-gobierno en materia de salud, y lo que piensan los diversos segmentos de los pueblos indígenas y las capas populares, no tomados en cuenta por esa política. En mis artículos anteriores he ofrecido algunos elementos previos para sostener mi argumento central.
Uno. Morir en una UCI.
Han quedado fijadas en nuestras memorias para siempre las imágenes de pacientes, hermanos nuestros, fallecidos en los pasillos o entradas de hospitales; por falta de UCI, de oxígeno, de respiradores mecánicos, de médicos intensivistas; o en sus casas, porque nadie respondía cuando se llamaba al 113. Fue terrible ver la vieja e inhumana tradición y la necesidad extrema de aislar a los enfermos y dejarlos morir sin que una mano familiar o amiga apriete las suyas; sin una palabra de gratitud y de adiós, sin un beso, ni una mirada de amor o cariño.
Como si estuviéramos en una guerra, toda la atención del Estado-gobierno se centró en tratar de enfrentar al virus “enemigo” con una respuesta exclusivamente hospitalaria, ordenando que los hospitales atiendan solo los casos del virus, dejando a su suerte a los pacientes con otras enfermedades e impidiendo que nuevos pacientes se acerquen en busca de auxilio. La inhumanidad, otra vez. No estamos en una guerra, solo tenemos un problema muy serio, gravísimo, de salud pública. Nos costará mucho reemplazar la palabra guerra por la palabra problema; ¿hasta cuándo seguiremos prisioneros de un lenguaje militar tan generalizado que nos agobia desde hace 199 años? Volveré en otro artículo sobre este lenguaje militar. Hubo médicos suficientemente lúcidos y críticos que advirtieron ese grave error y recomendaron considerar la opción hospitalaria solo luego de una atención en casa y de rastrear a los contagiados para aislarlos. Esa es una experiencia que los epidemiólogos tiene desde hace tiempo con las epidemias anteriores. No los oyeron ni los tomaron en cuenta. Asistimos desde marzo hasta hoy, a una carrera para contar con más camas, más UCI, construir nuevos hospitales, contratar nuevos médicos, incluso por incorporar a médicos, enfermeras y técnicos venezolanos que como simples migrantes trabajaban el algunos de los mil oficios que hay en el país. Solo durante las últimas semanas se han dado cuenta del error de su opción por una atención exclusivamente hospitalaria.
Dos. Política de Estado de todos los gobiernos frente a las culturas y pueblos existentes en el país.
Si observamos la política del Estado-gobierno frente a los pueblos indígenas, campesinos, obreros, vecinos de pueblos jóvenes en todo el país, encontramos las características siguientes: no consultar, no pedir opinión; imponer, amenazar, reprimir, castigar, arrojar bombas lacrimógenas, multar, prometer, también disparar y matar; llegar cuando los incendios producidos por conflictos sociales ya se produjeron, luego proponer soluciones, firmarlas, cumplirlas a medias u olvidarlas. Durante los últimos 40 años, los gobiernos de García (dos veces), Fujimori, Toledo, Humala, Kuczynski y Vizcarra han seguido esta política de Estado y han hecho muy poco por diferenciarse de ella; recordemos que los fujimoristas se defendían diciendo que ellos habían matado menos que los apristas. El ejemplo es horroroso, pero real. Es cierto que los últimos tres gobiernos han reprimido menos, pero todos siguieron las pautas de la inercia del pasado adaptándose sencillamente a lo que hicieron los gobiernos anteriores, olvidando las promesas verbalmente revolucionarias o de gran transformación. La posibilidad de los gobiernos de cambiar sustantivamente y romper esa inercia es muy reducida; en la república, el caso de Juan Velasco Alvarado ha sido una de las excepciones más importantes.
El punto de partida de esta política de Estado viene desde 1532, pero me detendré solo a partir de la independencia política de España, proclamada en 1821. El nosotros de ese flamante Estado nación que siguió a la independencia incluía a la clase de criollos, herederos de españoles y los otros, las naciones y pueblos indígenas que constituían las tres cuartas partes de la población, fueron simplemente excluidos. Un siglo después, en 1920, la Constitución de 1920, acordada en el segundo gobierno de Leguía, reconoció oficialmente a las comunidades indígenas de los Andes; más de medio siglo después, en 1974, el gobierno de Velasco abrió el camino para el reconocimiento de las comunidades nativas de la Amazonía. Con información disponible para 2019 (Instituto del Bien Común) tenemos en Perú 5,143 comunidades campesinas andinas y costeñas, y 1,578 comunidades nativas en la Amazonía. Ambos reconocimientos llegaron un siglo y un siglo y medio después del nacimiento del Estado uninacional de la República. Las leyes de Leguía y Velasco permitieron reconocer el derecho parcial de las comunidades a sus tierras, tierras que fueron de ellos desde antes de la invasión española. Estas comunidades no se confunden con las naciones o pueblos indígenas, son sólo segmentos o partes de ellos. Una nación o pueblo indígena tiene además de la tierra, una lengua, una cultura, aún no reconocidos por constitución o ley alguna. El Estado plurinacional de Bolivia sigue siendo un ejemplo.
En cuanto al sistema político vigente, los pueblos y sus segmentos comunidades no son considerados como electores ni tienen representación propia. De acuerdo a la legislación, todos somos formalmente ciudadanos, en las elecciones ejercemos nuestra soberanía nombrando representantes en el Congreso, gobiernos regionales y gobiernos locales. Esos son todos nuestros derechos, hasta la próxima elección. Votante quiere decir individuo, persona, consumidor y, también, ciudadano. Se nos considera ciudadanos sólo para votar, pero el ejercicio de los deberes y derechos que debiera definir la ciudadanía dentro de un Estado que nos represente a todos, tiene muy poca importancia. Si ejercemos unos pocos de los derechos que nos corresponde, es gracias a nuestras propias luchas porque fue en el seno del pueblo donde se creó la frase “el que llora no mama”. Esta sentencia de alta teoría política no está en los clásicos británicos ni franceses ni en la célebre Enciclopedia de la ilustración.
Tres. A pesar del Estado y los medios de comunicación sometidos a la línea oficial, los pueblos piensan y tienen sus opiniones.
En los artículos anteriores de esta serie sobre la pandemia, he presentado dos de estas opiniones expresadas en la decisión de algunos centenares de miles de migrantes residentes en Lima, principalmente andinos: abandonar la capital del reino (Aquí termina Lima) y la bandera blanca, visible en los hogares más pobres para decir simplemente “tenemos hambre”. Antes de presentar una tercera opinión, debo recordar dos hechos. El primero es que el gobierno al imponer la cuarentena se limitó a ofrecer un bono de 760 soles por familia, los que divididos entre seis meses equivalen a 126 soles, y a 4 soles por día. Esta cifra es otro horror. El segundo podría estar en camino. Además, el gobierno dio dinero a las municipalidades para distribuir canastas de alimentos, cometiendo el grave error de creer que los alcaldes representan realmente a sus electores, lo que podría ser cierto solo en algunos pocos ejemplos. El segundo error fue no tomar en cuenta a las asociaciones de migrantes, asociaciones de vecinos, organizaciones campesinas, de ronderos, del vaso de leche, la tradición de la olla común y de las polladas. En los Andes, han sido las comunidades las que han tenido más éxito frente al virus porque sus acuerdos de consenso pleno son seguidos por todos y todas y esa es una práctica de la democracia real exclusiva de las comunidades, inexistente en el resto del país.
Cuatro. Para no morir en una UCI.
Al 5 de octubre, continúa bajando la curva del COVID-19, excelente novedad. Desde hace un mes, el promedio móvil de contagios diarios es de 3,267, y el promedio móvil de fallecidos se redujo a esta fecha a 69, habiéndose registrado 133 fallecidos en los 2 días con 66 diarios (contribución diaria de Roberto Wangeman). En la información diaria de la Universidad John Hopkins, Perú no figura más entre los países más afectados por la pandemia. Precisamente este 5 de octubre, cuando tenemos los topes más bajos, estuvo en el aeropuerto de Lima el presidente Vizcarra mostrando su felicidad por la reapertura de vuelos internacionales cortos con los países vecinos con excepción de Brasil y la particularidad de viajar a Paraguay debido al partido inicial de las clasificatorias de la próxima copa mundial de futbol este 8 de octubre. Hagamos votos por que este nuevo paso para eliminar la cuarentena no coincida con un rebrote como el que ya conocimos en parecidas circunstancias.
Dos de las preguntas más importantes del momento son: cómo explicar el aparente debilitamiento del virus y, si sería posible una nueva ola, como se insinúa en los predios científicos y en las advertencias oficiales para no “bajar la guardia”, hablando con la misma jerga militar, otra vez. La bajada sostenida de la curva del virus es consecuencia de múltiples razones conocidas y por conocer. El virus viaja, se detiene, cambia de rumbo y de fuerza, y podría ser que en determinadas condiciones se agote y no dé más. La hipótesis de la llamada “comunidad de rebaño” si el 70% de la población ya fue contagiada, parece ser útil en el caso de Loreto. Un médico especialista en enfermedades infecciosas declaró en una entrevista en RPP “El virus nos arrasó”, con lo que indicaba claramente que el sistema medica público allí colapsó totalmente, y se agotó.
Los responsables del comando antivirus y el propio Presidente de la República creen que, finalmente, su propuesta de una cuarentena temprana ha tenido éxito hasta ahora a pesar de sus errores. Algo de eso puede ser cierto; no obstante, mi argumento principal en este artículo es que el mérito mayor le corresponde a una opinión-decisión propia de los pobladores de los barrios populares y pueblos jóvenes en Lima, y de las capas populares en buena parte del país: para no morir en una UCI, tenemos que cuidarnos, usar las mascarillas, subir a micros y buses exigiendo la distancia prudente, no aglomerándonos, alimentarnos mejor, comiendo muchos ajos, cebollas, kion, mates de eucalipto, hasta comer cuyes. En diversos barrios populares, otros de clases medias, incluso altas, como en algunos pueblos jóvenes, se han detectado fiestas. En San Juan de Miraflores se hablaba de las “casitas COVID”, en las que se reunían o reúnen aún los jóvenes adolescentes. (En otro artículo volveré sobre la necesidad que los jóvenes tienen de recuperar algo de su libertad sentida y vivida por primera vez).
Hasta que las imágenes de lo que significa morir en una UCI se instalaron en sus conciencias provocándoles un gran miedo por el riesgo cierto de morirse, las órdenes del gobierno como “quédate en casa” - suponiendo que en nuestro país de inmensa desigualdad todos tendríamos los recursos asegurados para hacerlo- y las siguientes, no fueron tomadas en cuenta por todos los segmentos que la palabra pueblo encierra.
Por su fuerza y profundidad, esta opinión-decisión de no ir a morirse en una UCI es una severa crítica a la política seguida por el gobierno en su mal llamada guerra contra el virus enemigo. Esta casi certeza de no querer ir a los hospitales está emparentada con la misma actitud de los pueblos indígenas que no querían y no quieren ir a los hospitales por el maltrato que recibían y reciben de los médicos debido a las enormes distancias culturales existentes entre el sistema hospitalario estatal y los modos de entender y tratar los problemas de salud de los pueblos indígenas. Los tiempos cambian, pero los recelos no desaparecen.
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Otro sí digo: adjunto una fotografía de una serenata diurna amazónica, en el parque de mi casa en Salamanca, hace siete días, como un testimonio del esfuerzo de un grupo de migrantes en Lima por ganar algún dinero en medio de la terrible crisis económica en que se encuentran, ofreciéndonos el encanto de su música, en un día limeño soleado al final del invierno.
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Escrito por
NAVEGAR RÍO ARRIBA