Este 13 de abril 2020, en el segundo día de la cuarta semana de cuarentena para tratar de impedir que el coronavirus se expanda y se vuelva incontrolable, el número de infectados en el país es de 9,784, 2,200 más que ayer, con una tasa de 11.2 % del total de muestras hechas; el número de fallecidos es de 216 número que va aumentando y representa el 2.2 % del total de infectados, por debajo del estándar internacional; hoy, tenemos 901 hospitalizados, que representan el 9.22% de los infectados, de ellos 143 están en Unidades de Cuidados Intensivos con respiradores mecánicos, que representan solo el 1.5 % del total de infectados, menos de un tercio del estándar internacional. Por el momento, el país solo cuenta con 505 camas de cuidados intensivos. El presidente Vizcarra ha dicho que el equipo de gobierno que dirige el combate contra el virus está relativamente optimista porque tal vez estemos cerca del punto de inflexión que inicie un descenso en la propagación del virus. Si esta tendencia se confirmase sería un alivio muy grande.  

Por otra parte, la realidad es muy preocupante: probablemente un 40 % de la población ha quedado sin ingresos, los despidos están a la orden del día, la ayuda económica del gobierno a parte de los pobres del país tarda en llegar, cuatrocientas mil personas no han podido cobrar el bono de 380 soles ofrecidos por el gobierno para los primeros quince días que vencieron el 6 de abril. Millones de personas que trabajan en el día a día tienen graves dificultades para alimentar a sus familias. Quince días más de cuarentena, sin trabajar y ganar un sol no hará más que agravar este gravísimo problema.

Antes de seguir adelante, quiero señalar que todas y todos tenemos el deber de apoyar al gobierno para detener la flecha de afectados y fallecidos, llegar al tope de la curva y ver si es posible -con algo de alegría, en medio de tanto dolor- que esa flecha cambie de rumbo y comience a descender. Apoyar quiere decir, hacer el mayor esfuerzo para no propagar el virus, no contagiar ni contagiarnos; ser solidarios hasta donde podamos; seguir las normas que nos dan, aunque nos remuerda que nos las den con inútiles tanques en la calle como si de una guerra contra los malos se tratase, como si en los últimos cuarenta años no hubiésemos aprendido algo sobre el ejercicio y defensa de nuestros derechos, no solo del nosotros restringido para gente como uno -a quienes nos parecemos- sino sobre todo para los diferentes, ellas y ellos que tienen el color de la tierra, preciosa definición de los chiapanecos zapatistas mexicanos en contraste con el malvado uso de las palabras marrón y modesto, que siguen usando los millones de racistas que aún viven en esta patria, suelo donde hemos nacido. Este apoyo significa también borrar y no reenviar los mensajes racistas y estúpidos que brotan de las alcantarillas donde se expresan y nutren las llamadas redes sociales. Por su puesto, hay también mensajes y memes inteligentes y críticos, pero representan una proporción muy pequeña. Finalmente, el apoyo va acompañado del derecho de tener siempre presente nuestra memoria para no olvidar los graves problemas pendientes y señalarlos con firmeza y respeto. Tenemos también el deber de sugerir medidas que podrían ser útiles. Con solo críticas, insultos y descalificaciones no iremos a ninguna parte.

En el último mes, hay una producción extraordinaria en el mundo entero para tratar de entender la pandemia y sus consecuencias. Una de las tendencias más frecuentes es centrarse en la cuestión mundial con el grado de generalidad que una perspectiva como esa supone y la disponibilidad de datos de múltiples equipos de investigación y reflexión, como el caso preciso de los informes diarios que produce un grupo de investigación en la universidad John Hopkins de Estados Unidos. Ya son muchos los libros que reúnen colecciones de artículos diversos y de importancia desigual, como en Chile, Brasil o México. Son muchísimos los grupos en cada país para reunir información de lo que ocurre en el día a día con una mirada complementaria puesta en lo que está pasando en el mundo. En mi caso, señalo mi deuda de gratitud con mi amigo el economista y músico Roberto Wangeman, que poco a poco ha reunido una selección muy grande de textos, acopiada colectivamente a través del intercambio con un grupo de personas de distintos países. Además de leer algunos de los textos ofrecidos en este intercambio, una conversación de cuarenta minutos con él todas las noches ha sido de extraordinaria utilidad para comentar los últimos datos ofrecidos en las conferencias de prensa del presidente de la república de lo que pasa en Perú y compartir nuestros temores, dudas, pequeñas convicciones y esperanzas.

Este texto es fruto de mi reflexión personal sobre el Perú que aparece transparente luego de la presencia del coronavirus el 6 de marzo y su rápida y peligrosísima expansión. Aunque no nos guste, el virus es como un espejo aparecido de pronto, no buscado, en el que nos vemos como somos, a pesar de muchos cambios. Presento en el texto, muy brevemente, el carácter planetario del problema, la memoria peruana que tenemos de epidemias y plagas, el drama de la desigualdad profunda en el país, particularmente en los sectores de salud y educación; los modos indígena y occidental criollos de mirar la relación entre la vida y la muerte; la diferencia profunda entre el combate contra el virus y la lucha por conseguir la clasificación de Perú al mundial de fútbol y, finalmente, una propuesta con dos sugerencias para que el gobierno modifique su deficiente e incompleto plan de ayuda a los pobres del país.

Uno. El drama es planetario, con grave peligro para toda la especie humana, sin embargo, se busca resolverlo solo a través de los Estados-naciones. El virus salió de china en avión, fue luego a casi todos los rincones del planeta, en buses, automóviles, caballos y también a pie, arropado en las gargantas de los viajeros, amenazando a más de 200 países; sin embargo, la lucha en contra esa molécula es solo nacional sin que hasta hoy haya sido tomada una decisión colectiva internacional para sumar esfuerzos. El único indicio positivo y alentador ha sido hasta ahora la generosidad del gobierno alemán para recibir pacientes franceses graves en las unidades de cuidados intensivos de sus hospitales, en contraste con la lucha entre Estados naciones para comprar con precios al mejor postor muestras de análisis, respiradores mecánicos, mascarillas especiales y otros equipos para proteger al personal médico. Cada Estado nación trata de resolver su problema. Si se enfrentase el peligro en bloque con todos los recursos que los países disponen no tendríamos la tragedia que ya vivimos y no sabemos cómo ni cuándo terminará.

Luego de su aparición en China y su paso por Corea, Singapur y Shanghái, el coronavirus comenzó a golpear duramente a los países europeos, luego a Estados Unidos, América latina, África, Australia y Nueva Zelanda; hoy está en más de 200 países en los cuales se registran dos millones de personas infectadas. Las cifras siguientes no podrían ser más expresivas del gravísimo problema para la especie humana: el número de muertos hoy, 13 de abril, es el siguiente: 23,000 en Estados Unidos; 20,500 en Italia; 17,500 en España; 15,000 en Francia; 11,500 en Inglaterra; Brasil ya pasó de 1,300. La detención brutal de las economías de los Estados naciones lleva a numerosos economistas e intelectuales a decir que la situación es gravísima y que una crisis como esta es la más grave desde la gran depresión de 1930.

Dos. Memoria peruana sobre pestes, epidemias y pandemias

La primera y más importante epidemia de toda nuestra historia, hasta ahora, ha sido la de la viruela, que vino al territorio inca en 1526, seis años antes de la llegada de Pizarro a Tumbes y Cajamarca. Los virus llegaron probablemente con los comerciantes del reino de Chincha de regreso de lo que es hoy la región de Guayaquil, en Ecuador, a donde habían llegado desde Panamá en las primeras expediciones exploratorias de Pizarro y Almagro. Hay dos grandes libros de historia sobre las epidemias llegadas de España a los Andes y México: La catástrofe demográfica andina, Perú 1520-1620 y La conquista biológica: las enfermedades en el nuevo mundo 1492-1650, ambos del historiador Noble David Cook, (Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005, el primero y Siglo XXI España, México y Argentina, 2010, el segundo). El colapso demográfico -título en inglés del primer libro, 1981, tesis doctoral de historia, producido entre 1520-1620- fue muy simple: la población inca, calculada para 1520 habría sido de diez a doce millones de habitantes según Cook; un siglo después, quedaban solo 600 mil personas. El 94 % de la población desapareció en ese siglo de horror por epidemias de viruela, y posiblemente de gripe e influenza neumónica. Huayna Capac, el histórico y mítico inca conquistador por excelencia, cayó en Quito, víctima de la viruela junto con su hijo Nina Kuyuchi, el que hace mover al fuego. Huáscar fue ungido en Cusco como el nuevo inca; Atahualpa no aceptó y declaró la guerra a su hermano Huáscar, cuando los dos hermanos -rompiendo la unidad del ejército- se enfrentaron a muerte, llegaron Pizarro y Almagro. Por el traductor Felipillo que ellos prepararon desde 1526, se enteraron de esa guerra civil y actuaron con astucia para servirse de esa confrontación y destruir al ejército inca que luego de 1536 se refugió en las selvas de Vilcabamba, hasta la captura y asesinato oficial de Tupac Amaru I, el último inca, en 1572. Probablemente no sabremos nunca cuántas de las víctimas de ese colapso demográfico murieron por las epidemias y cuántos por las espadas y arcabuces de los españoles contra los soldados incas, por las lanzas y hondas de los propios soldados incas entre ellos, y por la colaboración de los soldados incas en favor de Pizarro o de Almagro.

Como la seriedad del historiador Cook y sus fuentes están fuera de toda duda, las cifras que acabo de citar merecen una atención especial. Les sugiero lectoras y lectores que hagamos juntos un esfuerzo de imaginación: supongamos que un colapso demográfico parecido ocurriese con la población peruana de hoy. ¿Cuáles serían la magnitud y las huellas del dolor? Me cuesta encontrar las palabras para imaginar el dolor de los pueblos indígenas peruanos en ese espantoso siglo de epidemias y matanzas. Hoy, la realidad nos golpea y produce un dolor extraordinario. La limeñísima tradición de preguntarse por el dolor andino, sin buscar una respuesta, podría tener en ese colapso demográfico del siglo XVI un buen punto de partida. Hay muchos otros, por supuesto; del mismo modo que es también muy grande la alegría de nuestros pueblos que conservan aún el viejo principio del trabajo-fiesta.

La segunda es el recuerdo vivo de las huellas dejada por la última peste del tifus en Puquio-Lucanas-sur de Ayacucho, alrededor de 1930 o 1935. En 1975, en una jarana de música, en algún momento cantamos el wayno Kuka kintucha-hojita redonda. Al final del primer verso (“Dicen, hojita redonda de coca/ que tú sabes de mi suerte/ de cuánto lloré en casa ajena/ de cuánto sufrí en tierra ajena”), escuchamos el llanto incontenible de un puquiano residente en Lima que volvía a su tierra después de mucho tiempo. No había bebido, detuvimos la música, lo acompañamos en su dolor durante unos 30 minutos. Cuando se calmó con el agüita de azar y los cuidados de la dueña de casa, nos pidió perdón por haber interrumpido la fiesta con su imparable ataque de nervios y llanto. Más tarde, me contó que en su infancia sufrió con la peste del tifus. Su madre había sido contagiada pero él no; lo apartaron de ella y la dejaron morir sin que le diese su bendición y sin que él pudiese darle un beso de despedida. Su dolor tenía ya 45 años y no había aprendido a contenerlo. Imaginen ustedes, amigas lectoras y lectores, cómo esta historia es vivida y repetida en decenas y centenas de años.

Tenemos, además de las epidemias de viruela, malaria, fiebre amarilla, tifus, otras como el dengue, la chikunguña, además de la hepatitis, en la costa y principalmente en la Amazonía. La hepatitis, el dengue se pierden y vuelven, dejando secuelas de dolor y tragedia.

Tres. Unas cifras sobre la desigualdad y un listado de personas reales que están dentro de las cifras de C, D y E -que sirven para no hablar de las clases sociales- que hoy, sufren por el virus que es una especie de inmenso espejo que muestra descarnadamente la realidad en el que tendremos que vernos, aunque no nos guste.

Desde hace casi cinco siglos, la desigualdad es en Perú nuestra divisa. Tomás Piketty, el economista francés autor del libro El capital en el siglo XXI, luego de un estudio histórico en los últimos dos siglos en más de una veintena de importantes países capitalistas del mundo, sostiene que la desigualdad es mayor porque crece más la renta del capital que los ingresos y que la tendencia clara -hasta antes de la pandemia- era que ese 1% acumularía más riqueza de la que ya tiene. Desde antes que Piketty escribiese su libro ya sabíamos que el 1% de la población dispone del 50 % de la riqueza en el mundo. Este hecho es decisivo para entender la realidad social y política de América Latina y del mundo.

Al examinar la pandemia peruana en un video, el economista Pedro Francke acaba de ofrecer tres cifras sobre la política del gobierno para ayudar a las víctimas de la pandemia y sobre lo que recibe de Presupuesto nacional peruano el ministerio de salud: los pobres recibirán el 0.4 % de los doce puntos del Producto nacional bruto (cuarenta centavos de cada 100 soles), a las medianas y pequeñas empresas les ofrecerá 300 millones de soles y a los bancos y grandes empresas treinta mil millones de soles, (No es un error, treinta mil millones de soles, así de simple); finalmente, el ministerio de salud recibe solo el 2.3 % del presupuesto nacional (en Italia y España, más del 6%, y a pesar de eso, han recibido un golpe muy duro. Dejo consignados estos datos, brutos y duros, para volver después, en la última sección de este texto.

La enorme desigualdad entre peruanas y peruanos se gestó en los casi 200 años de república con un estado realmente existente; una nación confundida con la patria-territorio, sin que se parezca a una comunidad de intereses de todos los peruanos; de varias naciones pueblos-culturas-etnias-lenguas-patrias, de veras existentes; y de una democracia, igualmente ya existente pero incipiente. Como las peruanas y peruanos no somos iguales, salvo en el sueño de la nación y la ilusión de las 13 constituciones, tenemos suertes distintas si somos parte de esos 8 de 32 millones de peruanos que vive el día a día, y si ese día no trabajan no comen; de aquellos que viven arriba, muy arriba en los cerros escondidos de los contrafuerte limeños, sin agua ni luz y para quienes el consejo de lavarse las manos todo el tiempo es mucho más una ofensa que un consejo, en brutal contraste con la abundancia en los cerros de las casuarinas y zonas residenciales parecidas donde vive una pequeña parte del 1 y 10 % del país que tiene parte de la economía y el poder real en sus manos; de los quechuas y aymaras que viven en las tierras altas de los Andes, peleando por la vida sin ahorros suficientes para soportar uno, dos o tres meses de cuarentena militarizada; como los indígenas amazónicos que salen de una vida autónoma y pasan a una pobreza que no conocían ni quieren; de los pueblos costeños formados por descendientes de moches, chimúes, tallanes, paracas, que hoy miran el techo y el cielo para ver si encuentran una estrella de esperanza; de los obreros de construcción y en pequeñas empresas que se quedaron sin salarios o con un adelanto de vacaciones que sabe a despido, ya formalmente planteado por la CONFIEP; de los artistas de la música, del canto, del teatro, de la danza de tijeras y todas las danzas, que llevan tres semanas con las voces apagadas y los corazones apretados; de las madres solteras, casi un tercio de los hogares en Lima metropolitana, fuera del cercado, que no saben ya qué milagros hacer para dar de comer a sus hijos; de las trabajadoras del hogar; de cocineras y cocineros de medianos y pequeños restaurantes sin reservas para soportar el cierre de sus negocios; señoras costureras y sastres, de señoras y madres solteras, que venden en las esquinas desayunos, lonches y mazamorras, carretilleros de comidas, cebiches, anticuchos y dulces; de los taxistas y choferes de buses y microbuses; de los pintores mal llamados de brocha gorda, albañiles y peones, gasfiteros, llaveros, jardineros, wachimanes; de los peluqueros y peluqueras, de los venezolanos que suman otro dolor al que ya sufren, desaparecidos o convertidos en invisibles; y de otros, hermanos desgraciadamente no de todos, a quienes no nombré en este largo listado, les ruego me disculpen por el olvido.

Cuatro. Salud y educación

El gobierno de Martín Vizcarra ha dado hasta su firme decisión para dirigir y acompañar en el día a día al equipo médico que lucha contra el tiempo para tratar que el virus nos haga el menor daño posible, pero le tocó en suerte un poderoso enemigo que nadie imaginó que apareciese. Obviamente, el ministerio de salud no estaba preparado para combatirlo. Queda el camino de la improvisación, de las manos juntas, de tratar de actuar corrigiendo errores y con un evidente voluntarismo.

Los sectores de salud y educación han seguido en los últimos 30 años un mismo proceso de privatización y desdén por lo público. El número de clínicas y universidades privadas voló por impensables alturas. Tenemos ahora universidades-haciendas-chacras privadas, de gamonales que actúan como dueños de haciendas y fincas. Tan grave fue la situación que hasta la SUNEDU ha tenido que intervenir para cerrar una treintena. Muchas clínicas privadas son igualmente lamentables, pero no hay autoridad alguna que las cierre. Por la inversión privada multinacional y nacional, las clínicas se reagrupan en corporaciones de dueños de compañías de seguros y de inversores extranjeros múltiples, con la contribución de las grandes empresas productoras de medicamentos y farmacias. Los pacientes debemos aceptar que lo ideal es ir a una clínica privada. La salud pública en hospitales tiene que atender a centenares de miles de pacientes en condiciones cada vez más precarias porque las partidas del ministerio son muy exiguas. El ideal de los médicos formados en universidades públicas es llegar algún día a ser parte del staff de una clínica grande, naturalmente también para los de universidades privadas. Para tratar de lograrlo, entran a los hospitales considerados como buenos y luego de una decena o veintena de años, los llaman de las clínicas y ¡bingo! Las clínicas no gastaron un sol en la formación de sus médicos. Siguiendo el ejemplo del fútbol europeo, las universidades y hospitales que son la cantera de formación, debieran exigir un pago equivalente a lo que gastaron en formarlos. ¡Imaginar, como soñar, no cuesta nada!

En educación, por este proceso de privatización generalizada, la política educativa promueve que los puestos de ministros y de encargados de altas direcciones debiera estar en manos de economistas u otros profesionales como sociólogos, luego de pasantías por muchos años en la banca internacional y los organismos de cooperación internacional, uno que otro doctorado también. Carece ya de importancia que los ministros hayan sido alguna vez profesores de aula. Por eso, hemos podido asistir al tristísimo espectáculo de constatar una vez más que hay un número indeterminado de escuelas en las que no hay agua. Una estadística como esta no aparece en el mercado. Con qué “lavarse las manos todo el tiempo posible, 20 segundos cada vez”. También fue tristísimo ver el esfuerzo de inventar en unos días cómo ocuparse de la educación de los niños a distancia, allí donde está la realidad descarnada de alumnas y alumnos sin luz en sus casas, tampoco computadoras ni laptops. Solo algunas universidades privadas de lujo están en condiciones de formar profesores y alumnos “on line”. La experiencia guardada en la memoria de lo ganado en las escuelas de Educación Bilingüe Intercultural, EBI, no sirve cuando se trata de privatizar la educación no solo en la propiedad de las escuelas sino también dentro de las escuelas públicas, a través de los contenidos, curriculums y opciones pedagógicas.

Cinco. Mundos indígenas y occidental criollo y sus modos diferentes de mirar la salud y la muerte

Como en los viejos tiempos, volvió a aparecer el centralismo de Lima, la capital de reino y de ese modo de mirar el Perú confundido con Lima. Viene a mi memoria una frase atribuida a Manuel Scorza: “Miraflores es una isla rodeada por el Perú” que hasta ahora parece vigente. Bastó que el coronavirus llegase al viejo departamento de Loreto, convertido por un simple cambio de palabras en región, para que se veamos que allí los servicios de salud pública siguen con las carencias de siempre y que el virus ha llegado también a los pueblos indígenas. Si pues, Lima no es todo el Perú. En las tierras altas de los Andes y en la Amazonía alta y baja, así como en los desiertos y cerros poblados de las ciudades costeñas se encuentran los indígenas y sus migrantes de tres generaciones, como parte de los estratos más pobres y vulnerables del país. No son pocos, estamos hablando de varios millones de personas de carne y hueso y no simples cifras de cuadros estadísticos en los textos escritos por expertos internacionales y nacionales en pobreza. En Lima, a unas cuadras del palacio de gobierno, mal viven los migrantes shipibos. ¿Llega la ayuda del gobierno a esos hermanos nuestros?

En 1975, fui a visitar en Puquio, a un migrante quechua de la comunidad de Cabana (sur) que volvía del valle caliente de Nasca, gravemente enfermo con el paludismo, trasmitido por un zancudo. Él esperaba seguir su viaje para morir en su pueblo. Un paisano suyo, le preguntó en quechua: “¿Cuándo crees que morirás?” “Tal vez en unos tres o días más, pero antes quiero llegar a Cabana”, respondió. La pregunta y la respuesta me dejaron una huella muy honda. A nadie en el mundo occidental cristiano se le ocurriría hace esa pregunta, porque desde niños nos enseñaron que no se habla de muerte con los enfermos. Por el relato de ficción contado en el catecismo supimos que como consecuencia del pecado original de Adán y Eva, dios los castigó, reservando el cielo- paraíso como privilegio para los no pecadores o para los pecadores arrepentidos, con una puerta de salvación: luego del juicio final, unos podrían ir al cielo, otros a quemarse eternamente en los infiernos, del que ni los versos cantados de San Gregorio podrían salvarlos.

Ha sido muy importante la contribución de la iglesia católica en ese gran temor a la muerte por una supuesta culpa atribuida a Eva y Adán, dos formidables personajes de ficción. Es cierto también que una buena parte de los Homo sapiens, al margen de la iglesia católica, tienen miedo de la muerte y que otros, como los quechuas herederos de la sociedad inca creen que la muerte es el simple final de la vida. Como la vida viene de los apus, nevados o cerros padres, quien muere, hace un largo camino para volver a esas alturas y descansar en paz.

Seis. El combate contra el coronavirus tiene poco o nada que ver con la clasificación de la selección peruana para el mundial de fútbol

Banderas flameando en algunos balcones de edificios en barrios medios de Lima, principalmente, y algunas voces cantando el valse “Contigo Perú” sin los gritos de gol, anunciaban en las dos semanas de la cuarentena una especie de repetición de la euforia en tiempos de la clasificación. No estamos jugando una serie de clasificación; todo el Perú no espera corear un gol que nos haga llorar de alegría. La lamentable participación del equipo en el mundial de Rusia, nos sacó de las nubes y nos devolvió a parte de la realidad; hoy, el coronavirus encuentra a todos los que nacimos en esta patria, tal como somos, profundamente divididos, no solo por la desigualdad clásica entre pobres y ricos que viene desde 1532, sino porque la oposición entre el nosotros de unos pocos contra los otros de la mayoría del color de la tierra, descalificados por tener el color marrón o modesto, vuelve a aparecer a pesar de ese Perú aparentemente tan unido por los goles de Guerrero, y por los éxitos de la gastronomía. Nos ninguneamos y choleamos como siempre, sin medida ni clemencia. Guardé de las redes esta perla el 8 de abril: “al peruano hay que agarrarlo a patadas para que entienda”. Se me ocurre que esta es una de las posibles lecturas del absurdo show de sacar los tanques a las calles, como en 1992 cuando Fujimori y el Comandante general del ejército dieron un autogolpe para volver a una dictadura más. Vimos las imágenes de un oficial del ejército cacheteando a un adolescente, debidamente apoyado, luego, por su comandante general. Otras perlas en las redes nos dividen en mitades: de un lado, ciudadanos conscientes porque obedecemos las ordenes y, de otro, los animales que no aprenden. Cuando el pueblo tiene hambre, en plena cuarentena, Movistar repone en su canal seis un programa que nos enseña cómo preparar un asado argentino con una picaña brasileña y una cerveza de x marca que patrocina el programa. Esta ahí la histórica esquizofrenia: un discurso sobre la unidad de los peruanos para vencer en la batalla contra el coronavirus, al lado de una receta preciosa para el 20 % de la población peruana y para que el resto mire, simplemente, mire. La buena comida encerrada en una pantalla o en una vitrina. En los cerros de los contrafuertes de Lima, un platito de arroz con papas, gracias.

Como dice un viejo valse “Toda repetición es una ofensa…”. La alegría por los goles del futbol cuenta poco o nada. ¿Dónde está la nación peruana que muchos suponen que existe? Será más difícil encontrarla cuando una pandemia nos muestra tan divididos como estábamos en 1821. Inventar una nación fue una tarea laboriosa en Francia, Inglaterra y Alemania. Tratar de copiar el modelo en Perú fue un error que seguimos pagando.

Siete. Una propuesta de dos puntos precisos.

Vuelvo sobre las dramáticas cifras recogidas y contextualizadas líneas arriba en el punto tres. Se trata ahora de hacer una propuesta porque no es suficiente criticar y ver pasar al virus y contar las víctimas como si la muerte, el desempleo y el hambre no estuvieran ya aquí, a la vuelta de la esquina. Escribí antes y lo repito ahora, estoy convencido que debemos dar al gobierno todo el apoyo para enfrentar al virus, y que el número de Unidades de Cuidados Intensivos, ventiladores mecánicos, médicos, enfermeras, camas y medicamentos sean suficientes para que ninguno de nuestros hermanos muera en casa o en la calle por no encontrar una UCI disponible, y sea enterrado como un N.N sin el adiós de sus amores, familiares y amigos. Agrego mi gratitud y admiración por todo el personal médico de los hospitales: médicos, enfermeras, técnicos, auxiliares, empleados de lavandería, cocina, empleados de administración, guardianes, etc. Su sacrificio, incluida la muerte misma para ellas y ellos, es simplemente extraordinario.

Intuyo que por lo menos 40% de la población ha perdido sus ingresos y, tal vez un 50% de los asalariados en medianas y pequeñas empresas (que ofrecen más empleo que las agrandes) habría perdido ya sus empleos. Ya aparecerán las cifras más aproximadas para mostrar este problema. La consecuencia de este golpe brutal en las últimas tres semanas es que la necesidad de comer pasa a ser la prioridad uno. Si no se tiene dinero y la ayuda oficial llega tarde, cuando llega, es insuficiente, y centenares de millones de pobres no reciben nada. El paso siguiente es dramático y ya está en el escenario: morir por el virus o por hambre. La frase está en boca de miles de personas.

Los 760 soles en dos bonos previstos por el gobierno para tres semanas, sirviéndose de listados incompletos que no están al día, que no incluyen a miles de personas que necesitan ese apoyo, son simplemente insuficientes, apenas un paliativo. Pasadas las tres semanas el gobierno reconoce que por lo menos 400 mil beneficiarios de los bonos no los han cobrado aún. Cobrar a través de los celulares se funda en una realidad limeña parcial, existente apenas en provincias y nula allí donde no hay bancos, peor aún si para cobrar un cheque es necesario ir a la capital de la provincia y por la orden oficial todos debemos quedarnos en casa. Los funcionarios del estado y los millenials debieran enterarse que en términos de modernidad virtual Perú no es Estados Unidos ni Holanda.

¿Cómo serán las tres semanas siguientes para los que tienen poco o casi nada? Agreguemos fríamente, ¿Cómo será el resto del año?, corriendo el riesgo de señalar un plazo corto. Preocupado por ayudar a todos los peruanos, el presidente Vizcarra anunció con gran generosidad una ayuda de treinta mil millones de soles para las grandes empresas y bancos del país, ofrecida por el Banco Central de Reserva con el aval del Estado. Nada menos que el 12 % del PBI. Para los empresarios mucho, y para los de abajo, poco o nada. La desigualdad no puede ser mayor. Muy poco después del anuncio de este maravilloso regalo de Pascua, la CONFIEP, el gremio de los grandes y medianos empresarios del país acaba de informar que las empresas despedirán trabajadores sin esperar la autorización del gobierno. Sin rubor alguno se habla ya de una “suspensión perfecta”, otro nombre de un despido seguro por tres meses y la promesa de un eventual regreso al trabajo “cuando todo vuelva a la normalidad”. Forman parte de la CONFIEP los empresarios con las más grandes fortunas del país (hasta tres mil millones de dólares), los dueños de bancos, de clínicas, laboratorios, todos ellos y ellas clientes de privilegio, directores de empresas. El dinero que reciban será distribuido entre ellos y ellas, sin que el gobierno haya tenido la doble precaución de exigir que la CONFIEP ponga de sus arcas el 50 % de ese monto, por ejemplo, y que por ley se establezca explícitamente que ese dinero debe ser devuelto en plazos consensuados con los intereses debidos, como recomienda uno de los principios capitalistas, cuando ellos los empresarios de la banca prestan, además, que de ninguna manera puedan los empresarios pedir al gobierno condonar la deuda, y cerrarle las puertas de entrada o regreso al viejo hábito de los empresarios para no devolver los préstamos y de los gobernantes de perdonar las deudas a sus amigos, clientes y / o benefactores en lo posible anónimos de sus campañas electorales. Los banqueros Wiese, Picasso, Rupp y muchos otros, se quedaron con centenas de millones de dólares de los rescates recibidos y nunca los devolvieron.

Precisamente cuando el país comienza a vivir los primeros pasos de una grave crisis, y luego de saber que los empresarios tendrán una ayuda de treinta mil millones de soles, la CONFIEP decide anunciar despidos de parte de sus trabajadores. Por esa doble, vía los empresarios esperan convertir la crisis en una oportunidad para hacer buenos negocios y ganar más dinero, siguiendo otro de los viejos principios del capitalismo. Podríamos suponer que si todo les resulta bien, no devolver el préstamo sería una tercera vía de un negocio redondo. Hay en este punto precio un problema ético y una tragedia nacional. Más allá de sus discursos sobre la necesidad de salvar al Perú y con el pleno olvido de su condición de católicos apostólicos y romanos, estos grandes empresarios no ponen un sol de su parte para salir de la crisis. Con las grandes ganancias en estos últimos 30 años maravillosos para el capitalismo peruano, podrían pagar tranquilamente salarios de sus trabajadores durante tres o cuatro meses y asegurar la continuidad de la producción y la reproducción de sus propios privilegios, pero nunca hicieron algo parecido y no veo por el momento indicio alguno que lo hagan ahora. Tal vez estén salvando ya su dinero fuera del país por los oscuros caminos de los bancos que canalizaron los fondos de la corrupción brasileña, en vez de traerlo. Si admitieran la posibilidad de que la tragedia que ahora sufre el pueblo, podría acabar con la propia existencia de sus empresas, este sería el momento de traer su dinero guardado fuera.

Debo extender esta reflexión que acabo de hacer sobre el papel de la CONFIEP al conjunto de los peruanos porque todas y todos, unos más que otros, actuamos defensivamente y hacemos lo posible para que las crisis afecten a los otros y no a nosotros. En graves momentos como estos deberíamos aprender que siendo solidarios con los otros nos protegemos nosotros mismos, que además de lo que nos toca perder ayudemos a los otros para que pierdan menos.

Mi primera propuesta es muy sencilla: que el gobierno ofrezca al pueblo que queda sin trabajo y sin ingresos una ayuda económica mucho más importante para estos quince días que vienen y los siguientes quince días más; que sea directa y llegue a los que están al borde del hambre lo más rápidamente posible. Lo importantes es tomar esa decisión política. Implementarla lo más rápidamente posible, ya, ahora, y no esperar que la gente no tenga para comer y se encuentre ante el drama de morir de hambre o por el coronavirus. ¿Cómo llegar a ellos?

La segunda sugerencia es: así como el gobierno confía plenamente en su equipo de combate médico contra el virus, sería fundamental que para hacer llegar su apoyo más fuerte, rápido y directo al pueblo vuelva los ojos sobre la realidad, no confíe tanto en los bonos bancarios porque estamos lejos aún de esa ruta virtual, y admita que dar dinero a los alcaldes para que ellos compren y repartan las canastas de víveres municipales podría haber sido un error. Los alcaldes representan y responden a sus propios intereses personales, a las pequeñas coaliciones de intereses que apoyaron sus candidaturas, nada más. Creer que por haber sido elegidos representan a sus pueblos es un grave error derivado de la ficción de representación atribuido al voto. Los que sí representan a sus pueblos son los dirigentes de las comunidades campesinas y nativas, los dirigentes de las asociaciones de residente en Lima y otras ciudades del país, las compañeras de los comedores populares y el vaso de leche. Ellas y ellos saben muy bien quién necesita ayuda y quién no. Estas organizaciones populares reales están en cada uno de los pueblos jóvenes de las pampas y de los cerros de todas partes; así siguen llamándolos hoy sus propios habitantes porque eso de conos o Lima de aquí o de allá, son categorías ajenas; cuando aparecieron por primera vez se les llamaba barriadas, luego cambiaron porque eso de pueblos jóvenes “es más bonito” y “suena mejor”. Por supuesto que tienen razón. Personas claves para llegar a esas organizaciones populares son los artistas: danzantes de tijeras, arpistas, guitarristas, cantantes, bailarines de todas las danzas del Perú, teniendo en cuenta que los artistas conocidos nacionalmente forman parte de un grupo reducido: son muchos más los artistas locales que están en las fiestas de todos los domingos de los pueblos jóvenes y barrios populares. Se trata de un enorme desafío.

Para que el presidente Vizcarra tome las dos decisiones políticas que acabo de sugerir, a pesar de lo sencillas que parecen, habrá seguramente un conjunto de objeciones tanto dentro del gobierno, entre los empresarios y la banca mundial que vigila día a día el fiel cumplimiento de la ortodoxia de la economía capitalista mundial, como entre los jefes acostumbrados a mandar que no confían en los pueblos organizados, que temen a quienes no conocen porque no son parte de sus clientelas y coaliciones de intereses particulares. Si el presidente Vizcarra y su ministra de economía María Antonieta Alva tomasen estas decisiones políticas tendrían un lugar fantástico en la historia del Perú.

Finalmente, como el coronavirus está en pleno proceso, es muy temprano para sacar conclusiones, pero una aparece en el horizonte con mucha fuerza: el capitalismo podría estar entrando en una crisis final. No porque se le atribuya haber creado el virus, que es una tontería, sino por su responsabilidad para no enfrentar el virus como debiera al privilegiar la ayuda a las empresas y no a los pobres, y porque está destruyendo el planeta.

Postdata: Ojalá sea posible que el colectivo coordinado por Roberto Wangeman para seguir día a día la marcha del coronavirus en Perú y en el mundo se convierta en un blog o un portal de internet asequible para muchísimas personas.


Foto: Ojo Público