Entre el 20 y el 29 de agosto, el mes más trágico en lo que va de la pandemia peruana, los antropólogos cusqueños Jorge Flores Ochoa (JFO) y Ricardo Valderrama Fernández (RVF) no pudieron resistir. Pudo más el coronavirus. Son dos figuras que pierde la antropología peruano-andina y cusqueña. Terminó el camino de dos colegas de quienes aprendí mucho en los últimos 50 años, dos amigos cuya partida me deja un vacío muy grande. Ya no podré agradecerles por lo mucho que hicieron para que conozcamos y queramos más al Perú. En momentos de grave crisis como este, refugiado en casa con la soledad a cuestas, lamento no haber hecho lo que debí cuando tenía el tiempo que ahora está ya perdido.  

Jorge Flores Ochoa (1935-2020)

Su primer libro Pastores de Paratía, una introducción a su estudio publicado en México por el Instituto Indigenista Interamericano, en 1968, abrió un horizonte nuevo en la antropología peruana. Hasta entonces los veterinarios, zootecnistas y biólogos se ocupaban de los rebaños de alpacas y llamas, también de guanacos y vicuñas. No estaban preparados para darse cuenta que sin los pastores esos rebaños podrían no existir. Corresponde a Jorge Flores Ochoa el mérito de volver los ojos sobre los pastores. Otros dos libros recopilados por él, Pastores de puna = Uywamichiq punarunakuna. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1977, y Llamichos y paqocheros: pastores de llamas y alpacas. Cuzco, Centro de Estudios Andinos Cuzco-CEAC, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología-CONCYTEC, 1988, ensancharon ese horizonte. Además de tener el oficio de criar llamas y alpacas, los pastores y pastoras reproducen y recrean el universo mítico-mágico- espiritual en el que los seres humanos tratan a los animales como a hermanos. En los mitos de Cusco y Puno, también en tierras altas de Ayacucho, Apurímac, Arequipa y Huancavelica, el origen de la vida es asociado a las alpacas y a las lagunas. Para vivir, los pastores cuentan han recibido de sus divinidades a las alpacas en calidad de préstamo; por eso tienen la obligación de cuidarlas y tratarlas bien; si no cumplen con esa condición corren el riesgo de perderlas; si así fuera, la humanidad podría desaparecer. Con la misma lógica, al ver que los bosques desaparecen, los Yanomami de la Amazonía brasileña creen que la caída del cielo es inminente porque los árboles son los pilares que sostiene el cielo. La caída del cielo será el fin de los shamanes, de los indígenas amazónicos y también de todos los blancos, porque indígenas y blancos vivimos protegidos por ese cielo.

JFO contribuyó decisivamente en colocar en el escenario de la antropología andina de América del Sur, el universo quechua y aymara de las tierras altas, por encima de 4,000 metros de altura, allí donde la agricultura no es posible, salvo un maíz ritual para el llampu de las ofrendas a los apus, el ayrampu para bebidas en días de fiesta, y varias plantas medicinales más. Pastan ahí las alpacas y llamas, fuentes de vida para centenares de miles de pastoras y pastores, al lado de vicuñas, guanacos, pumas, zorros, patos reales, pariguanas, wachwas, y los cóndores de altísimo y permanente vuelo. Es en esas tierras en las que otros rebaños de ovejas, caballos y vacunos encuentran el ichu, su alimento mayor. Pastar, hilar, tejer, deshidratar las papas y la carne para hacer chuño y charki, son los oficios productivos mayores. Ser jinetes de grandes distancias acompañados de una bandurria, mandolina, charango o guitarra e inventar un mundo mítico, cantar, hacer música y bailar, es un complemento necesario. Les queda un tiempo muy grande para sentir, imaginar, pensar, cantar, bailar y dotar de vida a los cerros, vientos, rocas, a todos los animales y aves. De esas fuentes, en centenares de años, surgió la variante andina de tierras altas de las culturas quechua y aymara, muy distinta de la otra, principalmente agrícola y complementariamente ganadera de tierras bajas en valles interandinos entre 2500 y 3500 metros de altura. En ambos mundos, los modos de vida son diferentes, también las canciones danzas y fiestas, sin que las diferencias impidan que florezcan las lenguas quechua y aymara.

Jorge Flores Ochoa. FOto: Cortesía

La vida en esas alturas es posible en un constante subir y bajar. Suben los de abajo a pastar sus animales cuando los pastos se agotan, a entregar ofrendas a los apus y a la pachamama para que el agua sea abundante y no falte la comida en los ayllus. Suben también los espíritus que luego de la muerte, volviendo a sus raíces para descansar en los nevados como el Qoropuna en uno de los relatos presentados por Ricardo Valderrama y Carmen Escalante Gutiérrez. Bajan los de arriba a intercambiar productos con los familiares y amigos de abajo: tejidos de lanas de llama y alpaca, charkis y chuño por maíz, papas, frutas y ajíes. Las hojas de coca preparan el camino para los encuentros y los intercambios.

Otros libros, de JFO son: Qeros: Arte inca en vasos ceremoniales, El centro del universo andino, Cusco del mito a la historia, El Cusco resistencia y continuidad. El Cusco urbano, celebrando la fe, fiesta, y devoción en el Cusco. Tuvo la formación y sensibilidad suficientes para investigar y escribir sobre la pintura cusqueña, el Qoillu-rit’i, traducido por él, con razón, como nieve resplandeciente, aunque literalmente quiere decir nieve estrella; las fiestas católicas, para analizar las historias que los qero-vasos incas cuentan; también para defender la cultura andina, por supuesto.

JFO fue una hechura plena de Cusco. Vivió la mayor parte de su vida allí, salvo los viajes fuera del Perú y a Lima como estudiante en la Universidad de Cornell, invitado por John Murra, también en la Universidad de Berkeley, invitado por John Rowe; luego, de profesor visitante o conferencista, como un académico de paso, con mucho que decir y contar, pero siempre con el boleto de regreso. Cultivó en su formación y vocación el abrazo entre la antropología con la arqueología y la historia, la historia del arte, la música, canciones y danzas. El primer gran abrazo con la arqueología y la historia fue posible gracias al monumento sagrado de Machu Picchu al mundo.

Fue profesor de la Universidad Nacional San Antonio Abad de la que llegó a ser vice rector académico y, después, director del Museo Inca en Cusco.

Guardo de él una imagen transparente: su alegría y seguridad por sentirse bien como cusqueño, antropólogo y amante de la arqueología y la historia, como defensor del componente andino del Perú, como profesor cargado de una vocación de compartir lo que sabía. Más allá de las diferencias políticas, nos sentíamos cercanos. Compartimos una amistad de 50 años, llena de consideración y de respeto. Lo recuerdo disfrutando del 24 de junio en el desfile ceremonial de la cusqueñitud, en el bloque de profesores de la Universidad San Antonio Abad, emponchados todas y todos, compartiendo el almuerzo ritual, con amigos venidos de lejos, con un puquiano-lucanino-ayacuchano como yo, con el corazón enriquecido por todo lo que Cusco significa para el Perú. En los buenos tiempos disfruté viéndolo bailar waynos con el estilo puneño señorial. Al evocar su recuerdo viene a mi memoria la imagen del doctor Demetrio Roca Wallparimachi, profesor de JFO y de Ricardo, Carmen, de David Ugarte, y de muchas generaciones de antropólogos cusqueños. Es inolvidable su generosidad y sencillez cuando en 1969 lo busqué para que me contara secretos de su formación desde los estudios de folklore en 1941, en la primera escuela de antropología en el Perú.

Ricardo Valderrama Fernández (1945-2020)

Ahora que RVF acaba de partir, sería muy difícil escribir únicamente sobre él, porque su vida y su trabajo de antropólogo están estrechamente ligados a Carmen Escalante Gutiérrez, CEG, antropóloga, su esposa, amiga y colega. Cusqueños ambos, formados en la Universidad Nacional San Antonio Abad fueron la gran pareja de etnógrafos andinos desde aquella brillante biografía de Gregorio Condori Mamani, el humilde cargador indígena quechua cusqueño, publicada por el Centro Bartolomé de Las Casas en1977, libro convertido en un clásico con muchas ediciones y traducciones. Herederos ambos de los incas -de Túpac Yupanqui, él, y de Yawar Huaqaq, ella, según sus árboles genealógicos especialmente reunidos y conservados- se sintieron orgullosos de ese privilegio y de sentirse cusqueños. Con un cabal dominio del quechua y su vocación por el trabajo de campo, sumaron sus facultades y sueños para aproximarse al mundo andino a través de las puertas masculina y femenina, al mismo tiempo. Hasta donde sé, es el primer caso peruano de una originalidad como esta. Gregorio y Asunta abrieron sus corazones a RVF y CEG, luego de haber sido amigos después de haberse conocido en un puesto pequeño de comida en el mercado grande de Cusco. Sin el quechua y la complicidad varon-varón, mujer-mujer, no habría sido posible alcanzar la profundidad de esa biografía

El 7 de abril de 2919, escribí tres artículos sobre el conflicto minero en Las Bambas, publicados en el portal La Mula y que están también en mi Facebook. En el tercero, Campanas de acuerdo, ¿antes de tiempo?, presenté a mis lectoras y lectores un libro de RVF y CEG, como una lectura de primer orden para entender el conflicto minero de las Bambas: “Pastar el ganado en esas alturas, donde la temperatura en invierno baja a menos 10 grados es seguramente uno de los oficios más duros. Un hombre pastor tiene una esposa, una familia [nuclear]pequeña y otra más grande, un caballo, un poncho rojo, una mandolina o un charango como si estuvieran atados a su cuerpo. Me detengo en este punto para recomendar a quienes leen estas crónicas que busquen un libro precioso: Ñuqanchik runakuna-Nosotros los humanos, edición bilingüe (Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, Cusco, 1992), de los antropólogos cusqueños Carmen Escalante y Ricardo Valderrama, una excepcional pareja de etnógrafos que entre 1971 y 1976, fueron maestros primarios en escuelas unidocentes en las comunidades de Apumarka, Awkimarca, muy cerca de Challhuahuacho y Fuerabamba, todas pertenecientes a la provincia de Cotabambas cuya capital es Tambobamba.

El libro presenta la vida cotidiana de dos criadores de ganado [Victoriano y Lusiku] ambos abigeos, hace 50 años, sus familias nucleares y extendidas, en sus comunidades en permanente conflicto y al mismo tiempo solidaridad con los mistis de Tambobamba, capital de la provincia, así como de Chuquibambilla, capital de la provincia de Grau. Los lazos de solidaridad comunal son fuertes tanto como el conflicto entre individuos y familias por el cotidiano robo de ganado. Cuando esos conflictos no se resolvían entre ellos y ellas, era inevitable apelar a la protección de los terratenientes mistis quienes en las capitales de provincias tenían el poder suficiente para que los guardias civiles, fiscales y jueces apresen, encarcelen y liberen a inocentes y culpables a cambio de uno o más caballos u ovejas. Esta ha sido una de las formas de violencia estructural que forma parte del pasado y también, parcialmente del presente. Fiscales, jueces, policías, terratenientes-mistis, unos pocos abogados y muchos tinterillos, encarnaban el Estado. Los quechuas no fueron representados ni servidos por el Estado. El discurso democrático del país oficial estaba muy lejos, y cuando aparece ahora en el horizonte, es tan frágil que no tiene consistencia alguna.

Ricardo Valderrama Fernández. Foto: Adriana Peralta

La música, el canto, las danzas, los mitos y leyendas son responsables de la alegría de esos pueblos, particularmente el carnaval como aquel que conmovió y cautivó a José María Arguedas: “cuentan que el río de Tambobamba/ se ha llevado a un tambobambino charanguero/ solo flotan en el agua, su poncho, su birrete, su charango…”. Una historia tan triste como esa fue contada y cantada con el ritmo rápido de un carnaval y no con otro triste como el de un harawi-yaraví, del mismo modo que se baila un tango de versos igualmente tristes.

Hay ahora carreteras, escuelas y colegios, mercados; luz eléctrica, llega la radio todos los días, también parte de la TV pública. Con los celulares se ha producido un aluvión de cambios, lo mismo que con la oferta de la empresa minera de cambiar por algo de dinero la tierra de la antigua comunidad y las tierras de pastos por otras. Empresarios chinos y agentes del Estado, en nombre del crecimiento que el Perú necesitaría, disponen de sus bienes y vidas. Si los considerasen como ciudadanos plenos no lo harían; si fueran ellos los obligados a dejar sus tierras y mudarse con todo a otros lugares, apelarían a todos sus derechos para impedirlo.

El paisaje sigue siendo el mismo de siempre, hermoso y tremendamente duro.

Después del libro sobre Cotabambas, la pareja hizo otro trabajo de campo en las tierras altas del Valle del Colca, a partir del cual escribieron varios textos para presentar los mitos, la fiesta del agua en el Colca, y el libro La Doncella Sacrificada: Mitos del Valle del Colca (Instituto Francés de Estudios Andinos, IFEA, Universidad Nacional San Agustín, Arequipa, 1997), en el que exploran los mitos de esa región y vuelven los ojos sobre la aparición de momias de jóvenes sacrificadas, como aquella a quien se llamó “Juanita”, hasta entonces cubiertas por la nieve que parecía perpetua, hasta que al derretirse por el llamado calentamiento global, quedaron expuestas ante la luz del mundo. En las tierras altas de Argentina hay muchos casos como ese. Un artículo de RVF sobre los mitos andinos llamó la atención sobre la importancia del Apu nevado Qoropuna para los espíritus que luego de la muerte inician el lento ascenso en busca del reposo final en las faldas de ese Apu, considerado como la fuente misma de la vida. En la provincia de Lucanas -Ayacucho- Arguedas conocía muy bien de ese viaje mítico ritual para construir un muro aparentemente interminable.

En marzo de 2017, CEG leyó en quechua la presentación de su tesis doctoral escrita en quechua y castellano Rugido alzado en armas. Los descendientes de incas y la independencia del Perú, en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla-España. Se trata de un aporte que merece una atención especial.

Fue una sorpresa la entrada de RVF en la vida política de su distrito como consejero municipal de San Gerónimo entre 2007 y 2010, elegido en una lista del partido Somos Perú y, como teniente alcalde de la provincia de Cusco, 2018-2021, elegido por el Movimiento Regional Tawantinsuyo. Alrededor de un año después, asumió el cargo de alcalde provincial del Cusco en reemplazo del alcalde Víctor Boluarte, obligado a abandonar el cargo por una sentencia judicial.

Al final del camino, la muerte de RVF llegó con el coronavirus. Como alcalde salió a su encuentro, a los 75 años, para tratar de evitar un daño mayor en su ciudad, su región y el país. Felizmente, el virus no pudo con Carmen, ella tuvo fuerzas para decirle no, con la ayuda del equipo médico que la cuidó y para estar en el último adiós al amor de su vida. Tiene ella mucho que ofrecernos aún. Sabrá reponerse del dolor que siente ahora.