Lo dramático de la pequeña historia concluida ayer con la derrota peruana en la batalla por el repechaje es que el pueblo se quedó sin la alegría de ganar y ver a Perú en Qatar. Unos meses atrás, hablando de fútbol peruano, luego de oír mis duras críticas, mi hermano Edwin me advirtió: “Cuidado, recuerda que la única alegría del pueblo se la da el fútbol”. Tenía y tiene razón. Ahora que en el Congreso las derechas e izquierdas duras se entienden y devalúan la palabra pueblo, argumentando que actúan en nombre de él, valdría recordar que, en la historia de la formación de la república europea, el pueblo fue considerado como el único dueño de la soberanía y beneficiario preferencial, no el único, cuando el Bien común, se convierta en realidad. Es inevitable también el recuerdo de la ausencia del pueblo-soberanía-bien común en lo que se llama república peruana desde hace 200 años. En tiempos de la revolución francesa, el pueblo estaba formado por los pequeños burgueses, artesanos, zapateros, costureras, profesores, estudiantes; por los burgueses que surgían y se volverían capitalistas pidiendo la cabeza de los reyes, de los señores feudales, los campesinos siervos tratando de librarse de sus señores feudales; también el bajo clero, y los filósofos e intelectuales. El no pueblo, los enemigos-adversarios, eran los reyes, señores feudales y el alto clero como aliado principal.

Hoy, en Perú, forman el pueblo, como componentes preferenciales los comuneros y parcelarios andinos, amazónicos, costeños y ribereños; los migrantes que pueblan los cerros y desiertos de Lima y las zonas menos importantes de ciudades en todo el país (ellas y ellos se reconocen como vecinos de los Pueblos Jóvenes); los obreros, todo el personal de servicios, profesionales y empleados de bajos salarios, (profesores de primaria, secundaria, también de universidades; estudiantes de escuelas, colegios y universidades públicas, también de algunas instituciones privadas… (el listado es más numeroso). Quienes no son del pueblo ni lo representan son los grandes y medios burgueses (entre estos últimos conozco algunos que se sienten algo así como empresarios de izquierda, pero no aparecen públicamente y por el momento son mudos virtuales; los tomaremos en serio cuando se expresen y aparezcan alguna vez con sus pancartas en las calles mostrando su identidad política. Podrían ser parte de esa derecha inteligente que existiría para diferenciarse de esa derecha calificada como bruta y achorada. Es en el congreso, donde se reúnen los representantes de las derechas y las izquierdas, con el membrete de representantes del pueblo, en el que aparece con toda su fuerza la hipocresía peruana que forma parte de la estructura política.

No sé de país alguno en el que su gobierno decrete como día feriado la jornada del repechaje, para tratar de llegar a un mundial como el último de su grupo. Si Perú ganaba, habríamos tenido una fiesta extraordinaria; el gobierno, las derechas y el pueblo entero habrían salido a celebrar la unidad: todas y todos “Contigo Perú”, aquel vals que habría sido encargado y pagado por el general Velasco Alvarado al compositor Augusto Polo Campos. Este absurdo decreto prueba que en Perú el fútbol se ha convertido en parte de la política y que será muy difícil intentar separar las dos esferas como independientes, aunque ligadas por múltiples lazos. Reproduzco una frase atribuida a Franz Beckenbauer, aquel gran jugador alemán y luego, dirigente del club Bayern Munich: “La dignidad de un país no puede estar en manos de un futbolista”. El psicoanalista Jorge Bruce escribió, ayer, en La República: “En estos días aciagos -oscuros y deprimentes- en donde la salud mental de la nación depende del partido de repechaje…” Agrega, que el pueblo, “cajón de sastre”, está “anestesiado, y sometido”. No se trata solo de una salud política de la llamada nación peruana, sino de su salud mental. Habría que agregar: que debajo de esta imagen del país se encuentra la estructura profunda de dominación que la pandemia sacó de su escondite, desde sus primeros días: así como tenemos muchas culturas-pueblos-naciones, hay varios Perúes, en una república en la que la inmensa distancia que hay entre el 10% que disfruta de todos los privilegios, un 50% que vive en la pobreza, 4.1% está en pobreza extrema; y, el resto, corresponde a las capas medias, que suben y bajan.

Una victoria en el repechaje no cambiaría nada de esta distancia que, en vez de disminuir, aumenta. Cuando se habla, alegre e irresponsablemente, de la unidad de la nación gracias al fútbol, se toma en cuenta lo que ocurre en la superficie, con una voluntad explícita o inconsciente de ocultar esa heterogeneidad y desigualdad tan profunda de clases.

Los que calculaban optimistamente que, con la victoria en el repechaje, el PBI podría subir hasta en un 1 %, verán que la derrota causará severas perdidas entre los productores textiles de Gamarra y alrededores que como buenos peruanos venden la piel del venado antes de cazarlo. Quedarán guardadas miles de camisetas y hasta turbantes llamados “árabes”, esos que algún huachafo o huachafa improvisaron como novedad comercial tratando de mostrar su emprendedorismo. Después de fallado el último penal, las calles, parques, y restaurantes quedaron vacíos. Lima parecía un silencioso sepulcro entristecido por el frío llegado antes del 21 de junio, año nuevo andino, agravado por su color panza de burro, a veces tan oscuro como el de la tarde de penales perdidos.

La fallida nación peruana no tiene por donde mostrar la unidad de sus ciudadanos, ni el orgullo de cantar un himno nacido con palabras y música creadas en el fragor de las luchas, con orgullos vivientes y no por encargo de un protector de la república, para ser cantado en un teatro ante un público formado por la oficialidad naciente.

El horizonte para la república nuestra y su fútbol tiene desde ayer un color oscuro, aparecen igualados por la realidad; la alegría de una victoria no podrá esconder esa oposición de clases, estratos e individuos que dan contenido a las proporciones 10% de privilegiados, 50% de pobres, 4.1 % en pobreza extrema y el resto flotando entre un edificio de departamentos de 60 o 70 metros cuadrados o una casita a medio hacer en un pueblo joven.

Para terminar, queda pendiente la alegría de fondo que nos debemos: cuando no haya más hermanas mujeres sacrificadas tratando de sobrevivir junto con sus comensales en comedores populares, vasos de leches, ollas comunes, iniciativas que salieron de la solidaridad del pueblo, y que debieran desaparecer cuando todos los pobres tengan al fin un trabajo estable, un seguro de salud universal en serio, una educación gratuita laica, el uso de sus derechos y no volvamos a buscar a nuestros desaparecidos, enterrados en arenales o en muchos cuarteles cabitos. Nos queda pendiente la alegría de cantar lo que nos salga de los forros y no las canciones que vienen por Televisa o Miami, para uniformizarnos a todos como si fuéramos botellitas de Coca Cola.

Estas alegrías pendientes no vendrán por centenares de leyes dadas por este o por los siguientes congresos; tampoco por los gobiernos que se eligen con el voto del pueblo y en la primera oportunidad estarían tratando de llenarse sus vacíos bolsillos. Nosotros mismos nos debemos esas alegrías. Recordemos al maestro Manuel González Prada: “El futuro nos debe una victoria”. Con una pequeña precisión: nosotros en lugar del futuro. Nos debemos una victoria grande que sea la madre de las muchas alegrías que nos faltan.