Hace 30 años, en una tarde como la de hoy, María Elena Moyano fue asesinada de varios tiros y, luego, volada en trozos, por la bomba que un comando senderista le puso en el pecho. Sus hijos David y Gustavo vieron esa espantosa escena. Hoy, se le recuerda porque a partir de ese día, Sendero perdió el atractivo que tenía en los sectores populares más pobres y comenzó a perder, hasta prácticamente desaparecer.
Como un homenaje a ella, reproduzco un fragmento del capítulo II de mi libro Porvenir de la cultura quechua desde Lima, Villa El Salvador y Puquio (Oxfam, Conacami y Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2011).
Sendero luminoso y su propuesta para no volver a soñar
El despertar político de las mujeres de Villa El Salvador en los años 80 se produjo cuando el escenario estaba marcado por cuatro hechos políticos fundamentales: 1, el sueño utópico de la CUAVES como proyecto político autónomo quedaba atrás; 2, la presencia de dos fuerzas irreconciliables dentro de la izquierda: de un lado, Izquierda unida como alianza exclusivamente electoral y, de otro, Sendero luminoso y el movimiento revolucionario Túpac Amaru, MRTA, como dos propuestas igualmente irreconciliables de la lucha armada contra el sistema. 3, la casi desaparición política de la derecha, asustada y aterrada y, 4, el rotundo fracaso de la esperanza en el APRA, partido inicialmente reformista que en el gobierno entre 1985 y 1990 mostró su ineptitud y corrupción. De la interacción de esos cuatro elementos resultó el fujimorismo como un rebrote de la derecha en estrecha alianza con las fuerzas armadas.
En los 20 últimos años del siglo XX, la aparente fuerza y el encanto de las organizaciones populares no fueron suficientes frente a Sendero Luminoso de un lado, y de las Fuerzas Armadas, del otro. Una de las grandes paradojas de la historia peruana ha sido la simultaneidad del aprendizaje democrático de las organizaciones populares y de las mujeres, en particular, y las prácticas de la dictadura de Fujimori y Montesinos. Desde ambos extremos de la confrontación, María Elena Moyano y sus compañeras de dirección fueron vistas como aliadas y como enemigas; su sincero deseo de situarse al margen de las organizaciones levantadas en armas y de las fuerzas armadas resultó prácticamente inútil. En una conversación personal dos meses antes de su asesinato, Mariella Elena Moyano me dijo que se sentía segura de no ser atacada por los senderistas que le habían amenazado dos veces. Sus argumentos eran tres: la fuerza de las organizaciones populares, su condición de mujer pobre y el color negro de su piel. Le dije que frente a un comando de senderistas armados con una metralleta sus tres argumentos no tendrían valor y que sólo tenía dos caminos: armarse para disparar primero o abandonar por un tiempo, prudentemente, el escenario. Sus amigas más cercanas la convencieron de dejar el país y marchar rumbo a España con el apoyo del embajador de ese país y de su esposa. Fue en su última visita de despedida de Villa El Salvador, que un comando senderista acabó con su vida el 15 de febrero de 1992. Sendero luminoso cumplió con su amenaza y desde entonces el movimiento popular en Salvador ya no pudo seguir siendo el mismo.
En contraste, el asesinato y Marielena Moyano sirvió para que millares de personas, tanto en Villa como en todo el país perdieran la ilusión que tuvieron en Sendero Luminoso, una evidencia quedó de modo transparente: matar a dirigentes del pueblo en nombre del pueblo es una brutal e inaceptable contradicción…
Sendero luminoso y el MRTA trataron de influir en las organizaciones de mujeres en Villa El Salvador con el explícito propósito de controlarlas. En el caso particular de la FepomuVes no fue posible lograr su propósito porque María Elena Moyano fue militante del Partido Unificado Mariateguista; luego del Movimiento al Socialismo (MAS), de la izquierda que entonces se llamaba cristiana, y porque María Elena estaba firmemente convencida de la necesidad de organizaciones democráticas más allá de la dictadura del partido único que Sendero proponía.
Acusarla de robos y malos manejos fue el recurso para desprestigiarla. Los senderistas inventaron la historia de una quesería que María Elena habría formado con la leche en polvo de los comités del vaso de leche. Le enviaron mensajes a través de una bomba que estalló en el centro de acopio de la FepomuVes y papelógrafos anunciándole que se vaya si quería seguir viviendo. Ella no creía en esas amenazas, hasta la víspera de su muerte enfrentó abiertamente a los senderistas, se presentó en una asamblea del parque industrial en la que estaban presentes varios o mucho senderistas y exigió que el dirigente Huarcaya deslinde con Sendero; es decir, que diga si era o no de sendero, que sacara limpiamente la cara como ella. Las Fuerzas Armadas estaban convencidas que María Elena era una terrorista disfrazada. Huarcaya no aceptó el desafío. Para los senderistas, una humillación ante las cámaras de un noticiero de televisión habría sido la gota que colmó el vaso de su paciencia. 24 horas después, el 15 de febrero un comando senderista la asesinó cuando asistía a una pollada, antes de viajar a España con sus hijos David y Gustavo. Después de dispararle varios tiros hicieron volar su cuerpo con cartuchos de dinamita. María Elena tenía listos ya los pasajes, pasaportes y visas para viajar tres días después a Madrid en el 2007.
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Permítanme agregar algo más: En una de las muchas reuniones que tuve con ella, me dijo algo muy importante cuando conversamos sobre la relación entre andinos y afrodescendientes en Villa el Salvador: “El arenal nos igualó, quién podía sentirse superior a otro si ninguno tenía más que el otro; de qué podíamos presumir, necesitábamos toda la ayuda posible, estábamos solas pero dispuestas a comenzar de cero”.
En otra, insistió en afirmar que Sendero no podría atacarla porque era negra, pobre y mujer. Le costó mucho admitir que SL estaba formado por hombres y mujeres preparados para matar, sin tomar en cuenta las características personales de sus víctimas. Un ruego de Gustavo y David para ir al mar antes de partir y llegar al invierno de España, fue la clave para que María Elena se quedara un día más en Villa. La abuela y los chicos partieron al exilio y Gustavo Pineki, el esposo quedó en Lima viviendo una inmensa tragedia. Después, viajó también él. En menos de unos instantes, la familia Pineki-Moyano quedó rota y en el Perú quedó el ejemplo y el recuerdo de María Elena. En mi memoria, la veo siempre alegre, entusiasta para cantar y bailar aquel vals que identifica a Villa: En Villa yo nací, en villa me crié, y para bailar waynos. Llevaba siempre un chaleco andino y se sentía feliz porque el sueño de la CUAVES era precisamente el esfuerzo para que las diferencias entre peruanos y peruanas comiencen a perderse. No olvidaré que María Elena, Gina Vargas, Anita Uriarte y Diana Miloslavich estuvieron al lado de ella en los días difíciles, cuando Malena tenía que dormir en casas diferentes.
Foto: Muralización del local de la Federación Popular de Mujeres de Villa El Salvador