Ayer, fueron los jefes de las Fuerzas Armadas a Palacio de Gobierno, no sabemos qué le dijeron al presidente Pedro Castillo; unas horas después, el doctor Héctor Béjar renunció al Ministerio de Relaciones Exteriores, 19 días después de jurar el cargo, y dos antes de asistir a la sesión de interpelación en el Congreso, antes que el gabinete exponga sus planes. Frente a los congresistas de todas las derechas unidas y la minoría, del partido Perú Libre, Béjar habría podido describir los hechos en los que basa su afirmación sobre la Marina como iniciadora del terrorismo en Perú, desde 1977; hechos que no fueron inventados por él y que están consignados en uno de los WikiLeaks (filtración de información), una investigación periodística de la revista Caretas a cargo de César Hildebrandt, y también en la condena del expresidente Morales Bermúdez en Italia por la participación del gobierno de las Fuerzas Armadas en el Plan Cóndor. Por otro lado, Béjar habría podido abrir un debate sobre lo que puede ser una política exterior del país fuera del Acuerdo de Lima, ese que tiene tan felices a las derechas.

Con la renuncia, las derechas unidas y las FF AA logran una pequeña victoria en el sendero que les llevaría a más triunfos con las renuncias o censuras de otros ministros considerados indeseables y, más temprano que tarde, con la caída del propio presidente Castillo. Basta oír al congresista Jorge Montoya -almirante retirado de la Marina, y cabeza de fila de esas derechas unidas- un día sí y otro también, para enterarnos de lo que quieren, anunciando uno a uno los pasos que dan para alcanzar sus objetivos. Sobre ese horizonte, la prensa concentrada y aliada hace su trabajo para evitar que el Perú tenga por primera vez en la historia un gobierno salido del pueblo. Corre grave peligro la esperanza renacida gracias al profesor presidente, con su color de la tierra, su sombrero, su lápiz y su hablar sencillo.

Oí, esta mañana, una conversación de los periodistas Mónica Delta y Fernando Carvallo con el congresista Jorge Montoya en Radio Programas del Perú, RPP-“la voz del Perú”. Sostuvo el marino retirado que los periodistas no debían preguntar ni interesarse por lo que pasó hace cuarenta años, que solo importaba hablar del presente y cuidado con la intocable imagen de la Marina. Volvió a aparecer en esa conversación el viejo e interminable conflicto entre el poder y sus víctimas, entre la memoria y el olvido de unos contra otros, conflicto que existe en todas las sociedades humanas desde algunos miles de años. En la orilla del poder se busca el olvido; en la orilla de las víctimas de ese poder, se busca la memoria. Por el ejercicio constante de la memoria pasa el camino de la libertad; por el olvido del pasado, trata de mantenerse la aparente buena conciencia de los que tienen el poder.

Como todos los seres humanos, el congresista Montoya recuerda, tiene una memoria selectiva; quiere borrar del pasado lo que no le gusta, prefiere el presente y el futuro. Aunque quiera, no puede dejar de recordar; su propia memoria lo traiciona cuando en defensa de su actual posición, apela a un argumento en el pasado: Héctor Béjar “fue un guerrillero comunista” y ese hecho sería suficiente para impedir que sea ministro. Al citar ese recuerdo, olvida que Héctor Béjar, fue también durante aproximadamente 4 años, entre 1970 y 1975, un funcionario del gobierno de las FF AA. ¿Cómo explicaría que la FF AA de esos años contaran con un guerrillero comunista como funcionario y no quieren ahora que sea ministro del presidente Castillo? Me hubiera gustado que los periodistas le hicieran esa pregunta. Quién sabe si, tal vez, tampoco ella y él recuerden o quieran recordar ese hecho.

Escribí antes y repito ahora que Héctor Béjar no fue nunca un terrorista y tampoco tuvo nada que ver con Sendero Luminoso; agrego hoy, que como Vargas Llosa, Béjar antes de ser guerrillero fue miembro de la juventud del Partido Comunista, en la misma célula del papá de Ollanta Humala; que Vargas Llosa hizo una defensa de los guerrilleros peruanos del ELN y el MIR en un pronunciamiento de escritores en Paris, en 1965, y que, en 1966, cuando yo estaba en Paris, lo oí defender con fuerza y admiración a Hugo Blanco en su discurso pronunciado en una jornada de solidaridad con el Perú, presidida por Jean Paul Sartre, para pedir que no lo condenen a muerte. Menciono a Vargas Llosa porque hoy es aliado intelectual y político mayor de las derechas unidas del país. Como todos los seres humanos no somos los mismos siempre, dejamos de cambiar solo cuando las vidas se acaban. Es tan frecuente en el mundo político que muchos pasan de la orilla de las izquierdas a la orilla de las derechas (lo inverso parece imposible). Es el caso de Vargas Llosa, no el de Béjar.

Terrorista es un acto en el que uno o más individuos matan o hieren u ordenan matar y herir con plena consciencia de lo que hacen, a personas inocentes (niños, mujeres, ancianos, adultos) con el propósito de atacar a sus enemigos y de advertir a los habitantes de un país que si se comprometen con sus enemigos correrán la misma suerte. Todo acto terrorista provoca miedo y pánico. El anonimato asegurado por máscaras diversas, por la voluntad de borrar las huellas y la protección de quienes los envían a cometer esos crímenes y delitos, son parte constitutiva de los actos terroristas, los que, en la historia son muchísimos. Terrorista es también el individuo, hombre o mujer, que comete el acto descrito u ordena que otros lo hagan. Fueron terroristas quienes ordenaron y produjeron la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón, usando bombas atómicas, por primera vez. La destrucción de las torres de Nueva York en 2001 fue otro acto terrorista brutal producido por los suicidas árabes; no tardó la respuesta norteamericana con el mismo terrorismo en la invasión de Irak.

En tierras nuestras, fueron terroristas quienes mataron a miles de campesinos indígenas quechuas en Huanta, arrojando los cadáveres en las cunetas de las carreteras o en pequeñas quebradas; fueron terroristas los que volaron torres eléctricas, mataron en calles o en sus casas a militares, dirigentes sindicales, políticos, abogados, estudiantes. Fue un acto terrorista el crimen del profesor y nueve estudiantes de la Cantuta, así como la respuesta senderista en la calle Tarata; también el crimen de la calle Huanta en Barrios Altos, a un grupo de migrantes que nada tenían que ver con Sendero Luminoso. Todos los actos terroristas que menciono y centenares más están debidamente documentados en el Informe Final de la Comisión de la Verdad de 2003.

Una primera conclusión es simple: no hay un terrorismo, hay dos. Lectoras y lectores, con la experiencia que tienen vuelvan los ojos sobre nuestra realidad y vean qué actos son terroristas y cómo unos correspondieron al Estado y otros a organizaciones como Sendero Luminoso. Por honradez personal, intelectual y política, estamos obligados a ver los dos terrorismos al mismo tiempo, con una perspectiva esencialmente crítica que nos conduce a condenar los terrorismos vengan de donde vengan, sin ambigüedad alguna.

Hoy no vemos ni sufrimos en Lima o en algún lugar del país voladuras de torres, destrucción de cooperativas, militares, políticos, dirigentes sindicales, mujeres dirigentes del vaso de leche; ya no hay matanza de alpacas preñadas en cooperativas, ni ganado fino forzosamente vendido en el camal de Yerbateros. Ya no sabemos de cartas anunciando a gamonales que se salvaron de la Reforma Agraria de 1969 que se vayan y no vuelvan; tampoco de los “ajusticiamientos” de aquellos que no obedecieron las órdenes propuestas en esas cartas. Ya no hay paros todos los días, tampoco paros armados, apagones, ni la angustia de saber que nuestros hijos podrán o no volver a casa. Lo que acabo de recordar era parte de la práctica de Sendero Luminoso; digo bien, era, porque Sendero Luminoso ya no tiene la vida de antes. Repito, una vez más, Sendero empezó a desaparecer cuando Abimael Guzmán llamó a sus dirigentes nacionales a una reunión en Lima, promovida por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, para informarles que la guerra había concluido y que a partir de ese momento la tarea era la pacificación, sacarlo de la cárcel y hacer política pública. Un grupo de sus militantes creyó que esa versión era falsa y decidió seguir en la lucha, en el Vraem y declaró traidor a Abimael, formó un partido propio; otro grupo formó el Movadef encargado de construir el movimiento político electoral que Abimael quería para lograr su libertad; lo más probable es que la mayoría de los militantes decidió abandonar la lucha, esconderse y camuflarse. Por las tres vías, una segunda conclusión resulta inevitable, el Sendero Luminoso que conocimos desapareció; el Movadef ha sido reprimido duramente y, tal vez, quede muy poco o nada de él.

Las Fuerzas Armadas saben mejor que nadie que en el Vraem ya no quedan senderistas sino remanentes de aquel grupo que declaró traidor a Abimael en 1992, que han perdido casi todos sus dirigentes y que están muy ligados al narcotráfico, primera fuerza en todo el Vraem. Saben también que Héctor Béjar no fue nunca senderista. La pregunta inevitable es ¿por qué si tienen las evidencias de esta realidad continúan hablando de la amenaza senderista, asustando a los incautos? Solo los jefes pueden responder, pero hasta ahora no dicen una palabra.

Queda, finalmente, un argumento más del marino-parlamentario-portavoz de las derechas unidas Jorge Montoya: en muchas entrevistas televisivas y radiales, sostiene que el gobierno de Castillo es comunista, que quienes no piensan como él son comunistas, que el peligro comunista amenaza al país, como el comunismo de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Decir que estos tres países son comunistas es simplemente una tontería que no merece ser comentada. Al mismo tiempo, el marino afirma que China es un país capitalista. Como dicen los brasileños: “no da para entender”.

Con el naufragio de la URSS, el comunismo sufrió una gran derrota. Quedan de lo que en otro tiempo fue: el Partido Comunista Chino que gestiona el desarrollo capitalista en su país y va camino a ser una potencia, no precisamente comunista; Corea del Norte, donde sobrevive la ilusión dentro de una especie de isla artificialmente sellada por muros metálicos, que no sabemos cuánto durará; finalmente, Cuba, aquella de la ilusión y el romanticismo revolucionario con Fidel y el Che, el ejemplo de guerrillero contrario a toda forma de terrorismo; la Cuba- Cubita de los años sesenta y setenta del siglo pasado, que enfrenta hoy, tal vez, la peor de sus crisis porque la distancia entre el aparato del gobierno y su pueblo es ya visible, si leemos las imágenes de la protesta del 11 de julio. Su ejemplo en educación, salud y deporte no pueden ser negados de modo alguno.

Una tercera conclusión es muy sencilla: el peligro comunista pasó a mejor o peor vida, ya no existe. Otra pregunta inevitable es ¿por qué el señor Jorge Montoya y las Fuerzas Armadas siguen levantando las banderas de la amenaza comunista? Ya sabemos que lo hacen para asustar, pero esa amenaza está roída, descolorida, agrietada y le queda un último cuarto de hora. Entiendo que quienes dirigen esa derecha llamada bruta y achorada no entienden de qué se trata y no tengan explicación alguna ni otra propuesta. Si entre la nueva derecha que asume, por fin, su identidad, hay alguien o alguna por ahí que empieza a pensar en el país, debería darse cuenta de que el enemigo ya no es ni puede ser el comunismo, ni sus partidos en cada país, sino el pueblo mismo. Tal vez es esta la lección mayor de los 19 días de un gobierno en el que, por primera vez, las derechas no tuvieron nada ver.