A 3 días de cumplir los primeros ocho meses de confinamiento, vuelvo a escribir el décimo artículo sobre la pandemia del coronavirus. Inglaterra, Rusia, China y Estados Unidos comenzaron ya a vacunar a sus habitantes; la pandemia continúa su ataque desigual en el mundo matando sin piedad, Estados Unidos está al borde de tener 300,000 fallecidos, mientras Brasil tiene ya 180,000. En Perú parecen encenderse las alarmas de un nuevo rebrote, segunda o tercera ola, o como se le quiera llamar.

Tuvimos ya un pico alto y duro que acabó en pocos meses con la ilusión de un Perú al borde de ser un país del primer mundo, con un milagro económico que habría sido extraordinario y ejemplar en el mundo. 4 millones de peruanas y peruanos tienen hambre, porque la ayuda del gobierno a los más pobres fue y sigue siendo irrisoria y vergonzosa. A la hora de la verdad, el sistema de salud público no pudo esconder sus pequeñas miserias: no fue capaz de contar con las camas de cuidados intensivos suficientes, tampoco tuvo el número suficiente de médicos preparados para atender los casos más graves, y fue un horror ver a hermanas y hermanos nuestros morir por falta de oxígeno en los pasillos de los hospitales. Llegamos a ocupar el primer puesto entre los países con más muertos por cada cien mil habitantes. En medio de tanto dolor vimos los esfuerzos de médicos y enfermeras tratando de salvar vidas y, al mismo tiempo, ofrecer las suyas por no contar con los medios adecuados de protección. Muchos policías murieron también contagiados por tratar de poner orden en los puntos de mayor peligro. Supimos también con estupor que las clínicas privadas no atendieron a más de veinte casos graves de personas infectadas por el virus que los servicios públicos de salud les enviaron. Causó espanto saber que algunas de ellas como la San Pablo multiplicaron el precio de las medicinas y cobraron grandes sumas por recibir a pacientes privados con el coronavirus. Supimos también de algunos generales de la policía que trataron de enriquecerse negociando con las mascarillas, y son defendidos hoy por los golpistas del Congreso. Hubo también muchos héroes, en particular aquel comerciante de balones de gas que se negó a subir los precios como el resto de sus colegas y no pudo salvar su vida cuando el virus lo atacó.

Felizmente, después de setiembre se detuvo el aumento de contagios y muertos, era visible una meseta y, luego, el descenso, lento y constante. Cuando el número de fallecidos diarios bajaba de cincuenta, luego de haber superado la cifra de 200, era posible pensar que al fin podríamos llegar a cero y entonces podríamos saltar de alegría. Nos sentimos contentos porque parece, que al fin la población ha llegado a la conclusión de cuidarse mucho y que las mascarillas, el protector facial, la prudente distancia en casas, calles, buses y microbuses y el lavado constate de manos prueban su utilidad. Pudimos respirar con cierto alivio, y se encendió la esperanza de ver una lucecita al final del túnel. Pero…

Uno. Parece que ese entusiasmo podría durar poco si observamos atentamente y sumamos numerosos e inquietantes indicios de la realidad.

1, Fiorella Molinelli, presidenta ejecutiva de Essalud, acaba de informar ayer que vuelve a crecer el número de contagios, enfermos y fallecidos en nueve regiones del Perú y 20 distritos de Lima; 2, también ayer, vimos una aglomeración extraordinaria en Mesa Redonda, un gran centro de venta de regalos de navidad, en el centro de lima, a donde llegan los pequeños comerciantes ambulantes a comprar lo que esperan vender en calles de Lima para dar de comer a sus hijos. Salvo las mascarillas, el resto de cuidados desaparece, el riesgo de contagio se multiplica, (El 29 de diciembre de 2001, un incendio allí provocó cerca de trecientos muertos); 3, De Piura llegan hoy noticias alarmantes dando cuenta de más enfermos y camas de cuidados intensivos totalmente ocupadas ya; 4, también Apurímac tendría crecientes dificultades; 5, el Dr. Valverde de la Asociación de médicos intensivistas del país, informa que la situación tiende a complicarse porque el número excedente de camas uci que teníamos ha sido en parte desmontado y usado para pacientes con otras enfermedades graves, no atendidos o mal atendidos en los meses duros del coronavirus; 6; los choferes de buses y microbuses, en un buen momento celosos guardianes para exigir mascarilla y protectores faciales, estarían siendo más complacientes; 7, El feriado del ocho de diciembre fue una excelente oportunidad para ver mucha gente en las playas, aviso suficiente claro de lo que vendrá, a partir de la noche del 31 de diciembre; 8, las grandes , medianas y pequeñas tiendas están en su gran campaña navideña, la más importante del año; 9, lo mismo ocurre con miles de vendedores ambulantes en las calles, enfrentando como siempre la amenaza de un desalojo brutal por parte de la policía, ellos necesitan comprar para vender y tener un dinero para sus familias; 10, como ya no se concibe una navidad sin regalos, salvo algunas excepciones seguramente, Lima, las grandes, medianas y pequeñas ciudades comienzan a mostrar a sus compradores compulsivos; 11, en medio de la crisis y la falta de dinero en cuatro millones de personas, hay dinero para comprar y gastar, no tanto como antes: 12; después de ocho meses de cuarentenas y cuidados extremos con las personas vulnerables, la navidad será la oportunidad para que la familia grande se reúna, intercambie regalitos, flores, besos y buenos deseos, se jure más amor después de tantas carencias; por fin, vendrán los abrazos que tanta falta hicieron en ocho meses de soledad afectiva, sobre todo entre peruanas y peruanos querendones, sin mascarillas; 13, a partir del primero de enero ir a la playa será el momento de la revancha por todo lo sufrido y vivido en tiempos de pandemia: los microbuseros con sus familias, sus tallarines, arroz con pollo, sandías, chelitas, y sus perritos, su pichanguita, varias remojaditas en el agua fría, hasta que se oculte el sol; 14, desde el 15 de diciembre, en dos días más, se reabren los teatros, gimnasios y casinos, también los cines y sus dueños o administradores tienen el cuajo de pedir que les autoricen vender la comida chatarra, y que comiencen con el 50 % de plazas. (Los dueños de saunas seguirán en penitencia); 15, las iglesias esperan que la navidad recuerde a los cristianos su deber de reconciliarse con su dios por lo menos en ese día; 16, la ministra de salud cree que la segunda ola sería casi inevitable pero la imagina moderada produciendo entre febrero y marzo unos veinte mil muertos en la peor hipótesis; 17, como era imaginable, el tesoro público está casi vacío, se acabaron los buenos meses con dinero para gastar y el déficit del presupuesto que acaba de aprobarse tiene un déficit de 28%.

El listado de 16 puntos nos lleva a una conclusión aparentemente muy simple: ¿Pandemia?, ¿cuál pandemia? Pareciera que esa historia quedó atrás y que ya volvimos “a la normalidad”. No obstante, la pandemia está ahí, sigue ahí, y habría que ser ciego para no verla.

Dos. En la otra orilla, hay también indicios y algunas razones para ser optimistas y suponer que no tendremos esa segunda o tercera ola y si es que se presenta, sería más débil que la primera olas o las dos primeras: 1, los especialistas que siguen las marchas y contramarchas de la pandemia desde la epidemiología y las ciencias de cálculo y probabilidades, se mantienen firmes en afirmar que las tasas de contagios y de muertes se mantienen decreciendo, lentamente pero decreciendo, aunque señalan su preocupación por la disminución de pruebas moleculares seguida de una aparente disminución del número de contagios; 2, como no hay consenso alguno sobre la tan mentada comunidad de rebaño, no sabemos si esta existe o no, y si existiese, no tenemos el mínimo porcentaje a partir del cual podría afirmarse que contamos ya con un piso serio para hablar de un cierto de control de la pandemia. Si ya el 35 % de la población tuvo el virus, se trata de una proporción importante aún si queda un nada desdeñable 65 % susceptible de contagiarse; 3, algunos médicos con un claro ejercicio de un pensamiento crítico se inclinan por pensar que es posible que con el paso del tiempo, el virus va mutando y perdiendo fuerza, si se toma en cuenta que la población ha sabido tomar conciencia de la gravedad de la situación y se cuida más y mejor sobre todo con las mascarillas, más por el miedo de ir a morir a los hospitales antes que por obedecer las órdenes oficiales impuestas por militares en retiro y por policías; 4, es posible también que la línea de prevención tantas veces anunciada por el gobierno y muy pocas veces seguida, haya tenido también un efecto positivo; 5, la esperanza está puesta en las vacunas; vendrán sí, pero no sabemos cuándo, lo cierto es que nuestro país del tercer mundo -en los hechos, aunque no nos guste- tendrá que esperar, ojalá que no vengan en 2022 como acaba de atreverse a vaticinar la revista The Economist; finalmente, dejemos dos o tres casilleros (5, 6 y 7 ) para nuevos elementos que los especialistas tengan ya en mente aunque carezcan de convicciones suficientes para compartirlas.

Tres. ¿Qué hacer? Desde posiciones distintas y hasta opuestas. No bajar la guardia es el consejo recurrente, oficial-gubernamental, o científico independiente. Si No bajar la guardia quiere decir seguir cuidándonos con las fórmulas ya conocidas, es muy poco lo que podemos esperar.

Cuatro medidas de gran envergadura podrían ser decisivas para enfrentar en serio a la pandemia en los próximos tres meses.

La primera, provendría de los capitalistas del país; dada la grave situación del país, suspendemos la campaña comercial de navidad. La segunda, partiría del Vaticano, o del arzobispo de Lima y los obispos: en vista del grave peligro que se cierne sobre los cristianos, ordenamos o recomendamos cerrar las iglesias y que cada familia celebre el nacimiento de Cristo en el calor de su hogar, sin invitados. La tercera, podría ser tomada por las familias cristianas al margen de su cúpula en el vaticano y en los obispados. Por el peligro que significa reunirse en grupos de familias ampliadas, renunciemos a pasar esa fiesta juntos y esperemos el año próximo. La cuarta, la tomarían los jóvenes dispuestos a renunciar a sus grandes encuentros y jaranas de año nuevo empalmando uno o más días en campamentos o casas de playa. Finalmente, la quinta podría ser asumida por los choferes de microbuses, custers, buses y camiones, para no ir las playas los domingos con las familias enteras, la comida, las sandías, docenas de cerveza e inca kolas, sus pichanguitas, siestas en la arena y remojaditas en el agua.

Lo común a estas cinco posibilidades es que están en manos de una masa de católicos apostólicos, limeños y provincianos.

Si los católicos peruanos viviesen y sintiesen su religión viviríamos en el mejor de los mundos; como no es ese el caso, su fe y filiación religiosa forman parte de ese universo extraordinario descrito con la palabra informalidad, que no es un concepto analítico sino simplemente una categoría paraguas debajo de la que se cobijan contenidos heterogéneos y contradictorios. No vivir la religión significa tomarla en cuenta ritualmente pero no en serio en la vida cotidiana.

Pedirle a los capitalistas que dejen de ganar en la campaña más importante del años es pedirle peras al olmo; esperar de la jerarquía de la Iglesia una orden, recomendación o consejo de no comprar regalitos, no ir a la iglesia, y celebrar la navidad solo los que viven en casa, es en la práctica, pedir un imposible; tratar de convencer a los chicos en el despertar y en el disfrutar de los mejores años de la vida que no vayan a la playa y queden en casa viendo películas de netflix, sería una batalla perdida; tampoco tiene sentido que los microbuseros renuncien a sus grandes paseos dominicales a las playas.

La única esperanza es que un 5% de católicos que vive y siente su religión -y es por eso sincero, de buena fe, de palabra y acción siempre en la misma dirección- postergue para el año próximo sus deseos contenidos. Ojalá me equivoque, pero llegado a este punto, parece que la segunda ola vendrá de todos modos, la vida nos sonreiría si llegase débil y si a pesar de todos los problemas tuviésemos más defensas que antes.