“You’re fired”-estás despedido, decía el mensaje de una pancarta en algún lugar de Nueva York, festejando la derrota de Donald Trump. La joven manifestante, le devolvía la frase que él usó tantas veces para echar de sus puestos a ministros y altos funcionarios de su gobierno, mostrando la arrogancia de su poder, sin escrúpulo alguno y sin buenas maneras. La Revista Time, presentó a Trump de espaldas, saliendo de la casa negra por una puerta hacia la luz con el verbo … to go -ir, irse- en contraste con la Casa blanca, desde donde Biden gobernará a partir del próximo 20 de enero. Se cierra un capítulo de la historia norteamericana con el peor gobierno republicano que se recuerde.
Con su victoria en el Estado de Pensilvania el sábado 7, Joseph (Joe) Biden, pasó la valla de los 270 votos y ganó las elecciones; cuando concluya el conteo de votos en Nevada y Arizona, podría alcanzar 306 votos. Biden obtendría 74 millones de votos, cuatro más que Trump. Por una particularidad de la constitución norteamericana, cuentan los votos de los colegios electorales por Estados, y no el simple número de votos emitidos, de modo que una candidata como Hillary Clinton perdió en 2016 habiendo obtenido tres millones más de votos que Trump. En el corto y mediano plazo no parece posible una enmienda constitucional que resuelva ese grave problema. Para evitar los problemas de aglomeración por el peligro de contagios en la pandemia, las elecciones últimas tuvieron millones de votos enviados por correo antes del día 3. Por eso, el conteo tardó tanto y tarda aún. Ese fue el pretexto principal para que Trump anunciase desde hace meses que habría un fraude electoral.
Para la victoria de Biden fueron decisivos los votos de una gran parte de los afrodescendientes y latinos, sobre todo los jóvenes que han conseguido la nacionalidad norteamericana en los últimos años y, también los nativos de las Naciones indígenas norteamericanas. Muchos millones, son los migrantes ya instalados cuyos votos son de preferentemente republicanos. La Florida, sigue siendo el gran bastión republicano; se concentran allí los viejos migrantes cubanos, profundamente reaccionarios, llamados por eso “gusanos”. Ultimamente se concentran también ahí los venezolanos. Otros millones de migrantes latinoamericanos, mexicanos en primera línea, llegaron y siguen llegando en olas sucesivas por eso de la pobreza y falta de trabajo y no por haber sido afectados en sus privilegios por una revolución como la cubana. Son hoy antiguos ciudadanos norteamericanos, más papistas que el papa, convencidos del “sueño americano”, que luego del sacrificio de limpiar carros y lavar platos (”grabar discos”), oficios que nunca ejercieron en sus países de origen, lograron ascender, enviando fotos de los autos que acaban de comprar, y consolidarse con buenos empleos y pequeños y medianas negocios propios. Ellos no quieren verse ni reconocerse en los nuevos y jóvenes migrantes como ellos que tienen enormes dificultades y siguen viviendo clandestinos, como la mano más barata del país y ningún derecho de ciudadanía. Imagino, lectoras y lectores de esta columna, que muchos de ustedes tienen hermanos, sobrinos, amigos y conocidos que partieron tras ese sueño americano hace veinte años y siguen clandestinos sin poder volver a reencontrarse con sus seres queridos.
Tiempo de perder y no saber perder
Después de la jornada electoral del 3 de noviembre, Trump apareció dos veces en televisión; en la primera con su tono altanero, su aparente seguridad por sentirse un elegido de dios y su desprecio a los demócratas, anunció su victoria cuando no se había contado ni el 50 n% de los votos; en la última, el jueves 7, cuando ya las tendencias anunciaban el triunfo de Biden, habló atropelladamente, tratando de parecerse a sí mismo, diciendo que había ganado y querían robarle el triunfo con un fraude. Estaba demacrado, sufrido, entristecido y abandonó la sala con el andar de quien ya se sentía vencido, a pesar de su voluntad por seguir sintiéndose un ganador.
Mal perdedor: además de mentiroso, racista, inventor de noticias falsas, creyente en su verdad y nada más que en su verdad, y profundamente inhumano por haber separado a niños de sus padres enviándolos a México, por su desprecio a los migrantes, acaba de demostrar que no sabe perder. Quedó inconcluso su muro de tres mil kilómetros previsto para impedir que los mexicanos y latinoamericanos del sur sigan entrando como ilegales. Por primera vez en la historia republicana de Estados Unidos, un candidato vencido no acepta su derrota y no reconoce la victoria del ganador. Trump Confía en sus amigos y amigas de la Corte Suprema, quienes tendrían la última palabra para declararlo ganador. Pero como hasta ahora no ha presentado una sola prueba de algo que parezca un fraude, es posible que la Corte Suprema ni vea el caso. Por el momento, se mantiene firme en no dar un paso para facilitar la transición que concluye el 20 de enero. Si Trump se negase a abandonar la casa blanca, Biden ha advertido que las fuerzas armadas están facultadas para obligarlo a salir. Entonces, terminará su inmunidad absoluta y tendrá que responder a varios juicios, uno de los más graves es haber pagado una cantidad insignificante de impuestos y negarse a presentar sus declaraciones de impuestos.
El factor Kamala Harris
Elegido senador a los 29 años, Joe Biden, dos veces perdedor en su sueño de ser candidato a la presidencia de la república, ocho años vicepresidente de Obama, con 47 años de carrera pública, supo esperar. No pudo haber sido mejor su opción por Kamala Harris para acompañarlo como como vicepresidenta. Con el tiempo crecerá más su figura política y tendrá sentido hablar de un factor Kamala Harris para explicar su triunfo. Se trata de una mujer que por primera vez llega a una vicepresidencia de Estados Unidos, mujer afro e hindú descendiente. En 2009, el afrodescendiente Barak Obama juró el cargo de presidente y lo ejerció durante ocho años. Se trata de tiempos nuevos en Estado Unidos si recordamos que hasta hace solo sesenta años el racismo brutal de la clase política imponía esa vergüenza de “baño para blancos”, y “baño para negros”, por ejemplo.
Es hija del jamaiquino afrodescendiente Donald Harris, primer economista negro y profesor emérito en la Universidad Stanford, y de la bioquímica Shyamala Gopalan, llegada de la India. Ambos hicieron sus estudios en la Universidad de California-Berkeley, allí se casaron, tuvieron dos hijas, Kamala y Maya. Fueron activistas de la Asociación Afrodescendiente Americana, núcleo decisivo para la aparición del Movimiento Poder Negro, paralelamente a la aprición de movimientos étnicos en las Naciones indias. Seguirían después, el partido Pantera negra y muchos otros movimientos hasta aquel “He tenido un sueño” de Martin Luther King: “Yo tengo el sueño de que un día en las coloradas colinas de Georgia los hijos de los ex esclavos y los hijos de los ex propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad […] Sueño que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter». No pudo ver lo que soñaba. Acabaron con su vida las balas de los racistas y de los señores de la Asociación de Rifle, y quién sabe cuántos más.
Permítanme, lectoras y lectores, un recuerdo personal. En noviembre de 2009, era yo profesor visitante en la Universidad de California-San Diego. En la noche del 4 de noviembre, fui a un anfiteatro colmado de estudiantes, profesores y empleados para seguir en una pantalla gigante el recuento de los votos de la elección que acababa de terminar. Cuando se informó, que con 297 votos electorales, Barack Obama, acababa de vencer al candidato republicano John McCain, hubo en la sala un extraordinario estallido de entusiasmo y emoción, con gritos, saltos y lágrimas. Pocos minutos después, el senador McCain reconoció su derrota y felicitó a Obama por su brillante victoria. Me detengo en las lágrimas porque son parte de una expresión emocional mucho más importante políticamente de lo que se supone. Apareció en la pantalla una mujer con llanto incontenible. Le preguntaron por qué lloraba y respondió: “nunca imaginé que un negro podría llegar a la Casablanca. Me siento feliz por eso”. El mismo llanto en otras mujeres fue visto y sentido en la noche del sábado 7, por el triunfo de Kamala Harris. En su discurso sostuvo dos ideas demasiado importantes: “no seré la primera mujer que gana una vicepresidencia, tampoco la última”; y dirigiéndose a las jóvenes y niñas que la aclamaban les anunció “ustedes serán las próximas”.
Su sencillez, su sonrisa abierta y franca, su capacidad de reír y su elegancia serán muy importantes en la carrera política que le espera, ahora que tiene solo 56 años. No se requiere ser adivino para adelantar que la vicepresidencia será el último peldaño antes de llegar a la presidencia. No será fácil, sin duda, porque no todo es color de rosa…
Demócratas y republicanos, dos caras de la misma luna: Moderados, unos; conservadores, los otros
A pesar de sus diferencias, unos y otros, otras y unas, comparten el sueño de una gran nación americana, con algunos valores centrales como el culto por el dinero y la libertad, muy lejos de la justicia; en el fondo de su inconsciente colectivo, están orgullosos de la potencia económica, política, cultural y militar de su país; dentro de ambos bloques, unos son más guerreros que otros, más amantes de tener todas las armas que quieran, comprándolas por teléfono u on-line; conmoviéndose y admirando la violencia, ilustrada por las películas de John Wayne, ayer, y las de Quentin Tarantino, a partir de Pulp Fiction, hoy; siguen siendo minoría los que se oponen a las guerras, a pesar de lo avanzado después de la extraordinaria derrota en Vietnam. Nada de lo que acabo de mencionar estuvo en la agenda política de demócratas y republicanos disputando la presidencia hace seis días. Nada sobre la profunda desigualdad económica y social.
¿Una nueva división norteamericana, probablemente más profunda?
Una de las muchas lecciones de la confrontación Biden-Trump podría ser la siguiente: si el país está dividido en dos mitades, tenemos el deber de preguntarnos: ¿por qué 70 millones votaron por Trump, sabiendo quién y cómo es? Alguna virtud tiene Trump para haber interpretado los sentires y deseos de esos 70 millones de votantes. Son inevitables las preocupaciones que surgen de esa pregunta y de esa constatación. Si el odio a los demócratas expresado por Trump y sus seguidores firmes entre los 70 millones de votantes se mantiene, eso supondría que la grieta que los separa sería más profunda; por lo tanto, la clásica división entre liberales demócratas moderados y liberales radicales republicanos, sería ya inútil. Por el momento, la buena voluntad de Biden llamando a la unidad no es oída ni correspondida por Trump y sus republicanos duros.
Promesas electorales, desafíos
Me hubiera gustado que una de las promesas de la campaña y del triunfo de Biden fuese la reunificación inmediata de los niños y padres mexicanos separados por orden de Trump, que el muro propuesto por Trump en toda la frontera de Estados Unidos y México sea inmediatamente desmontado, y que por fin los millones de inmigrantes latinos consigan la nacionalidad norteamericana que esperan desde hace mucho tiempo. Promesa como esas no parecen posibles por no contar con el apoyo de todos los demócratas y, menos, de los republicanos. Si estos conservan el control del senado, sería más difícil aún.
Parece prudente y urgente la prioridad anunciada por Biden para formar otro comando anti Covi 19, a partir de lo que dicen los científicos sobre el tema y no de las creencias de los políticos como Trump. Serán saludables también el regreso de Estados Unidos al acuerdo de Paris sobre el cambio climático, su reincorporación a la Organización Mundial de la Salud, a un entendimiento con la Unión Europea. Como puede observarse, ninguna de estas promesas cambiaría la estructura profunda de la desigualdad de la sociedad norteamericana ni su contribución en la destrucción del planeta. Mientras Estados Unidos siga siendo la primera economía y la primera potencia militar del mundo, el sueño de la nación americana seguirá en pie. Ya sabemos que nada dura una eternidad.
Peruanos y latinoamericanos no podemos esperar grandes cambios. Pero esa es ya harina de otro costal.