Alan García por Alan García
En espera del proceso judicial a los señores Nava y Atala que ofrecerá nuevas luces para entender mejor a Alan García, me parece útil reunir algunas de las frases del presidente suicida y examinarlas detenidamente.
Uno. Carta de Alan a sus hijos, leída el 19 de abril.
“La razón de mi acto. Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones e impulsamos otra vez su fuerza social. Creo que esa fue la misión de mi existencia, teniendo raíces en la sangre de ese movimiento.
Por eso y por los contratiempos del poder, nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme durante más de treinta años. Pero jamás encontraron nada y los derroté nuevamente, porque nunca encontrarán más que sus especulaciones y frustraciones.
En estos tiempos de rumores y odios repetidos que las mayorías creen verdad, he visto cómo se utilizan los procedimientos para humillar, vejar y no para encontrar verdades.
Por muchos años me situé por sobre los insultos, me defendí y el homenaje mis enemigos era argumentar que Alan García era suficientemente inteligente como para que ellos no pudieran probar sus calumnias.
No hubo ni habrá cuentas, ni sobornos, ni riqueza. La historia tiene más valor que cualquier riqueza material. Nunca podrá haber precio suficiente para quebrar mi orgullo de aprista y de peruano. Por eso repetí: otros se venden, yo no.
Cumplido mi deber en mi política y en las obras hechas en favor de pueblo, alcanzadas las metas que otros países o gobiernos no han logrado, no tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos.
Por eso, le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo. Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse.
Que Dios, al que voy con dignidad, proteja a los de buen corazón y a los más humildes.
Una firma, Alan García”.
Luego de saber que el gobierno uruguayo le negó el exilio que le habría permitido otros diez años de prescripción como los que tuvo entre 1990 y 2000, Alan García tomó la decisión de suicidarse, luego de haber amenazado con un revolver al embajador y de anunciarle que se mataría en la misma sede de la embajada si no se le aseguraba que al abandonarla no sería llevado a una cárcel (información de la revista Caretas, 2587, del 24 de abril, 2019). Desde entonces tenía ya la carta escrita y debidamente sellada en espera del momento en el que la policía toque la puerta de su casa para llevarlo a la cárcel, donde nunca antes estuvo, como sí ocurrió con la mayoría de dirigentes y militantes del conocido martirologio aprista.
La carta está escrita desde la razón de un hombre que prefirió la muerte antes que la vergüenza de ser encarcelado por haber recibido una coima millonaria y no por sus ideas políticas. No hay en sus párrafos un miligramo de amor y de gratitud como en las cartas de los suicidas que se van del mundo por razones afectivas y no políticas. Tampoco un miligramo de humildad y generosidad. Se habría humanizado algo si hubiese agradecido el amor de su madre y de las mujeres con quienes tuvo las hijas e hijos que ahora lo lloran, así como el amor y ejemplo de su padre; si hubiese escrito unas frases de amor para sus hijos; si hubiese agradecido a sus pocos amigos que lo defendieron siempre y que optaron por no decir una palabra sobre sus responsabilidades en el asesinato de centenares de presos, en muchas otras denuncias, particularmente, sobre su evidente enriquecimiento, en contraste con la pobreza de Haya, quien no dejó propiedad alguna y cobró simbólicamente un sol en el Congreso Constituyente de 1979. Si hubiera sido un católico creyente y honrado en el decir y hacer sin contradicciones, habría agradecido a su dios, por la vida que tuvo, le habría pedido perdón por suicidarse, un pecado gravísimo que la iglesia no perdona. Por eso no tuvo misa ni responso y los curas presentes solo prometieron pedirle a su dios para que él lo perdone, porque solo él podría perdonarlo. Habría perdonado a sus adversarios en vez de dejarles su cadáver, frase brutal que expresa el enorme peso del rencor existente en su conciencia. Si hubiese sido un buen cristiano y hubiese conocido algo del Perú profundo no habría insultado a los indígenas amazónicos llamándoles “perro del hortelano”, ni afirmando con su gran soberbia que eran “ciudadanos de segunda categoría”.
Se sintió victimizado por sus adversarios. Acusado decenas de veces desde antes de ser presidente, nunca fue juzgado ni condenado, lo salvaron la prescripción de sus delitos y la generosidad de sus amigos jueces, amistad política e interesada que supo cultivar con particular esmero. Comenzó su carrera política sin un centavo, y la terminó con mucho más bienes y dinero de los que habría podido conseguir con los años que trabajó como abogado, diputado, presidente y profesor.
Dos. Su soledad: “… enemigos tengo y de sobra, y examigos tengo más. Lo terrible de nuestra patria es que un político que no tiene poder, tiene enemigos ruidosos y amigos silenciosos” (Alan García en su última entrevista, con Carlos Villarreal de RPP, el 16 de abril). Fue capaz de acumular una buena porción de poder y lo perdió. Hubiera sido aleccionador que en su carta hubiera dado algunas de las razones por las que perdió ese poder.
Tres. El partido aprista, su heredero: “… le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones; a mis compañeros, una señal de orgullo”. Solo eso. Desde tiempos del propio Haya, el partido giró a la derecha. Con él, ese viraje fue multiplicado y aquel viejo partido de ideas, mística y sólida organización se convirtió en una pequeña máquina electoral para su beneficio personal, el favor a sus nuevos aliados y a sus últimos amigos que aprendieron a defenderlo en el congreso y en todas las tribunas como un modo de sobrevivir políticamente. Si lo poco que queda del partido asume su defensa como el “héroe de la dignidad, la democracia, y el coraje político”, sus líderes tendrán muchas posibilidades de cosechar un fracaso más. La voluntad, la retórica y los gritos no serán suficientes para que la sociedad peruana olvide la huella de corrupción que dejó. En la hipotética refundación del Apra, ¿serán sus nuevos dirigentes, públicos y no públicos, capaces de preguntarse qué hacer para no producir un nuevo “jefe” suicida? La pregunta es pertinente porque el suicidio de García se explica en última instancia porque fue una decisión personal para no vivir la tragedia de verse encarcelado por graves delitos comunes. Dicho de otro modo, de lo que se trata es de un enorme desafío para producir dirigentes que no quieran ser multimillonarios, que sean sencillamente seres humanos honrados y que no pierdan el corazón y la razón por su adicción al poder.
¿Se inmolarán Nava y Atala?
Cuando en el inevitable proceso judicial contra ellos lo dicho por Barata y lo que falta saber de su compromiso con García, tendremos la confirmación plena de la responsabilidad de Alan García, a menos que ellos se inmolen por el partido, como Agustín Mantilla, su exsecretario privado y exministro del interior. Luego de algunos años en la cárcel, Mantilla murió llevándose el secreto del origen de los 4 millones de dólares de su cuenta personal y del partido aprista, al mismo tiempo. Él fue un dirigente histórico del Apra; Nava y Atala solo fueron amigos funcionales de Alan García.
Cuatro. El juicio de la historia. A la muerte le sigue el juicio de la historia.
“Yo confío en la historia. Yo soy cristiano, creo en la vida después de la muerte, creo en la historia, y si me permite, creo tener un pequeño lugar en la historia del Perú” (entrevista con el periodista Carlos Villarreal, de RPP, 16 abril 2019). El ego monumental de García es unánimemente reconocido en toda la clase política del país. Estaba convencido de que era muy inteligente. Es innegable que haber sido dos veces presidente de la república, lo sitúa sin duda en la historia del país. Es demasiado temprano para saber si su lugar en la historia esté asegurado solo por ese mérito. Ya entró también a la historia por ser el primer presidente peruano que se suicidó para evitar la cárcel por sus delitos. Las dos razones están ahora juntas; tal vez, en el futuro la segunda desplace a la primera.
He tenido particular cuidado en mostrar las profundas contradicciones entre las afirmaciones de Alan García y los hechos. Los pocos amigos que le quedan seguirán creyendo que hay un antiaprismo y un antifujimorismo que ensombrecen y dañan una “visión imparcial” del Apra y del fujimorismo. Los líderes de estas dos agrupaciones políticas en abierto proceso de descomposición saben muy bien por qué se juntaron y por qué necesitan defenderse, día a día, agarraditos siempre de las manos. Si a la muletilla del antiaprismo y del antifujimorismo, se agrega el cuento del populismo, ese insulto elevado a la condición de concepto para el análisis, propuesto por los llamados cientistas políticos, el resultado es un lamentable empobrecimiento teórico y político. Esa es, en verdad, harina de otro costal.