Concluyó en Brasil los días 27 y 28 de febrero el primer acto de una tragicomedia con dos grupos de actores: de un lado, los grandes corruptos de la empresa Odebrecht y, de otro, los ex presidentes Toledo, Humala y García, el presidente Kuczynski, la candidata Keiko Fujimori, y la exalcaldesa de Lima Susana Villarán. Jorge Barata, jefe de la empresa Odebrecht en Lima, parecía un mecenas que regaló 8’400,000 dólares a las personas de confianza de los 6 candidatos peruanos. 

Visto de lejos parece un actor mediático, un mecenas de esos que ya no existen; visto de cerca este señor Barata, palabra que en portugués quiere decir cucaracha, es el hombre de confianza del señor Odebrecht que montó la más maravillosa red para delinquir y obtener miles de millones de dólares construyendo grandes obras en buena parte de países de América Latina, regalando dinero en campañas electorales y grandes coimas a presidentes y funcionarios quienes les facilitaron las concesiones, contratos, leyes, permisos y extensiones de contratos para operar impunemente.  

En este primer acto solo se preguntó por el dinero ofrecido para las campañas electorales de 2011, se dejó de lado las campañas de 2006 y 20016 y, lo que es peor, no se permitió preguntar por las coimas pagadas por la empresa en los últimos 30 años. Corresponde a los jueces y fiscales peruanos la responsabilidad principal de esta especie de lobotomía para dividir el caso Odebrecht que es un fenómeno extraordinario y único de corrupción, en un tinterilleo internacional de cuerdas separadas que benefician a los corruptos de un lado y del otro, mucho más a los brasileños, porque ellos tienen la sartén por el mango y se sienten gran potencia frente a los pequeños y medianos países de América Latina.

En cuanto el escándalo Odebrecht fue conocido y se supo que una parte de las coimas pasaron por bancos en su territorio, la justicia norteamericana reaccionó inmediatamente abriendo un proceso judicial y obligando a pagar a la empresa brasileña algo asó así como 3 mil millones de dólares por el atrevimiento. La palabra que viene a la memoria, aunque nos provoque rabia y pena es soberanía. Cuando a un procurador peruano se le ocurrió la idea de decir que la empresa Odebrecht debería pagar al Perú mil millones de dólares, le cayó la aplanadora de los medios concentrados de comunicación para no poner en peligro las negociaciones con las que jueces y fiscales peruanos tratan de obtener informaciones aun no conocidas.

Con lo que pasó en estos dos días es posible deducir que habría ya un acuerdo: para que los brasileños continúen en Perú en una especie de borrón y copia nueva, tendrían que tratar a Keiko Fujimori y al presidente Kuczynski con pétalos de rosas. Ya quedó claro que no les habrían dado dinero a ellos sino a otras personas cercanas. Por ese camino, estos impresentables pueden alegar inocencia y sus abogados y tinterillos harán el trabajo sucio pendiente. ¿Cómo se explicaría la euforia de Keiko al declarar solo unas pocas horas después que ella está libre de culpa y que ya es hora de que archiven su caso? No habría que ser demasiado atrevido para suponer que Kuczynski ya habría prometido no tocar después a Odebrecht. Se trata de una pieza clave en su propósito de no ser vacado. La abstención de Keiko para no vacar al presidente será una prueba de fuego.

Como consecuencia de la lobotomía sufrida por jueces y fiscales, los impresentables aparecen como ángeles, dicen que no sabían nada, y pasan la responsabilidad a los individuos que recibieron el dinero por y para ellos y ellas. Ocurre lo mismo que en las fuerzas armadas y policiales: los grandes jefes no saben nada, y por eso de la obediencia debida los jefes de menor rango asumen las responsabilidades a cambio de promesas, protecciones y compensaciones varias. Esta es una cobardía institucionalizada dentro de la estructura del poder que deriva de aquel Francisco Pizarro y compañía. Los abogados ya tienen un argumento: recibir dinero para una campaña electoral no sería un delito.

Una conclusión es inevitable: Toledo, Humala, García, Kuczynski, Keiko Fujimori y Susana Villarán mienten, profesional y compulsivamente, uno después del otro, como si actuaran siguiendo el mismo libreto. Acaban de llenar de vergüenza a la política peruana y de dar razón a quienes quieren y esperan “que se vayan todos”.

¿Será posible que esa triquiñuela de separar el financiamiento de campañas electorales de las coimas termine de una buena vez?, ¿habrá jueces y fiscales dispuestos a salir de ese entrampamiento y seguir todas las pistas para llevar a los tribunales a esa banda de impresentables?, ¿tiene algún sentido desear y esperar que el concepto de soberanía aparezca en el razonamiento político, económico, cultural y judicial? Se sintió un aire fresco en la gestión del Dr. Duberli Rodríguez en la Corte Suprema, pero tendremos que rendirnos ante una evidencia: el pasado puede más.

¿Por dónde pasa el camino de la esperanza? Ojalá fuera posible que no eligiéramos nunca más a impresentables como los cinco de esta historia en los últimos 17 años. Después de este capítulo de vergüenza, la señora Keiko Fujimori podría estar ya al borde de su última derrota. Felizmente, sigue abierto para ella un proceso por lavado de activos que podría agravarse si se toma en cuenta que Joaquín Ramírez y Jaime Yoshiyama sus ex socios y ex jefes de su partido tienen en común haber perdido documentaciones clave por un probable robo imaginario, y si los jueces se atreven a buscar más en el baúl de la fortuna amasada por su padre y dejan de creer en los cuentos de regalos de amigos, cocteles de lujo y contribuciones de fantasmas.