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Homenaje a Ernesto Hermoza, entre el periodismo cultural y la pasión por los yaravíes

Publicado: 2018-02-15

Ernesto Hermoza Denegri se encuentra postrado con un problema de salud. Por iniciativa de Margot Palomino un grupo de artistas le ofreció recientemente, un sentido homenaje en el teatro Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional. Invitado por ella, ofrecí unas palabras para decirle gracias por su larga y fecunda tarea de 36 años como periodista en la radio, particularmente en el canal 7 y su programa Presencia Cultural, en el que mostró su compromiso con la mayor seriedad en la promoción de eso que en Perú se llama cultura. A diferencia del periodismo oficial que identifica la cultura, así en singular, con la llamada “alta cultura” -bellas artes: ballet, pintura y música clásicas, cine, teatro, literatura de como si fuera la única- , en sus centenares de emisiones, Ernesto mostró los rostros artísticos de las 50 culturas, pueblos, naciones, patrias o sangres de nuestro país. Presentó y comentó también libros en largas y preparadas entrevistas con muchísimos artistas y autores y autoras, anunció recitales, conciertos y fiestas grandes de artistas populares de ese otro lado del Perú, entre escondido, marginado, conocido a medias o ninguneado.  

En la televisión y las radios comerciales, son muy breves el espacio y el tiempo consagrados a las culturas peruanas. En dos o tres minutos solo es posible enunciar algunos rasgos generales y no puede abordarse tema alguno con un mínimo de seriedad. Hace 30 años y algo más, recibí una cordial invitación de Ernesto para hablar con él de uno de mis libros. ¿De cuántos minutos disponemos, le pregunté? De los que quieras, respondió. Treinta minutos para responder a sus preguntas y comentarios, parecía y era un tiempo estupendo. Entendí por qué Ernesto prefirió producir un programa propio, con libertad y muy pocos recursos y no más prisionero de un espacio sometido a los vaivenes de los jefes y jefecillas que pasan como pájaros anónimos, para quienes la TV es solo un trampolín para seguir flotando, subir si se puede, o desvanecerse en el aire, sin el consuelo de dejar algo que se parezca a una huella.

Entre muchas razones que tengo y siento para enviarle un hondo abrazo, llegan a mi corazón varias canciones y el puerto de Lomas, donde él nació y creció. Tenemos Ernesto y yo una casi devoción por el yaraví. En el Teatro Vargas Llosa, su homenaje se confundió con una muestra de yaravíes. Ese sería el tema principal de mi corta intervención. Hablé sobre sus posibles razones para conmoverse tanto con los yaravíes. Supimos de jaranas con yaravíes, waynos, valses, sambas y boleros. Hablábamos de los versos que viajan con entera libertad y son alojados en canciones distintas por los cantores que los adoptan y vuelven suyos. Como nunca le pregunté por sus razones, quiero creer que las mías podrían ser también las suyas. Nunca antes escribí línea alguna sobre esos sentimientos. Me atrevo a hacerlo ahora, como un anticipo de lo que vendría cuando, al fin, me atreva a escribir un libro o solo un largo texto sobre el yaraví.

Del harawi cusqueño nació el yaraví. En los takis, grandes representaciones teatrales con música, canto y danzas, se cantaban los harawis para despedir, llorar o recordar a los incas. Con su astucia conocida, los jesuitas se sirvieron del harawi para que el pueblo aprenda a llorar a Cristo. El “Apu yaya Jesucristo” habría sido uno de los primeros harawi-yaraví, en el cerro nevado, padre, es identificado con Cristo. Para llorar la muerte de Cristo en cada semana santa lo más cercano habría sido el dolor por la partida o muerte de los incas. 

El verbo waynear, de donde deriva la palabra wayno, quería decir en esos mismos tiempos bailar la felicidad del amor, por parejas. Después de un siglo de enfermedades nuevas, y de guerras fratricidas entre incas antes y entre españoles después, la población inca fue casi diezmada, sobrevivió solo un 5 o 6 % (seiscientas mil de 10 o 12 millones, David Cook El colapso demográfico), se multiplicó el dolor, se redujo el espacio para la alegría y la felicidad, y la tristeza fue apropiándose del wayno. 

De esa fuente deriva el yaraví. Además de los cantores de iglesias, los arrieros primero y los soldados de la independencia y de la Confederación Perú Boliviana, después, llevaron los harawis-yaravíes por todos los caminos coloniales; rumbo al norte surgieron las mulizas, los tristes y los pasillos; rumbo al sur por Bolivia y Argentina, las vidalas, sin dejar de llamarse yaravíes. En Ayacucho, Huánuco y Arequipa, quedó el yaraví, así, simplemente.

¿Cómo podríamos explicar la pasión por los yaravíes? Como el tango, el bolero, los waynos o la clásica canción francesa, el yaraví es también una canción de amor. Podría presentar mi propuesta en tres proposiciones. 

En el yaraví, el dolor es más intenso porque el dolor de todo lo sufrido se empoza en el alma. Es nuestro Vallejo quien escribe esos versos. Más allá de la racionalidad occidental y los muchos idealismos y materialismos, los dolores vividos y sentidos en el mundo andino son tantos y tan fuertes que pasan de generación en generación sin que nos demos cuenta. 
En los yaravíes, el amor es siempre intenso, llega a situaciones límites, acercando los extremos de la vida y la muerte, hasta confundir el amor con un solo amor, como entrega sin cálculos ni límites. Se trata de un romanticismo extremo, sin duda, pero cargado con la savia de raíces nuestras más antiguas. ¡Cómo se parecen los versos de Ne me quitte pas –no me abandones de Jacques Brel con nuestros yaravíes! 
El amor perdido y el desamor pueden más que nuestros deseos de expresar la felicidad de un amor compartido que vivimos a plenitud. Se trata de un tiempo de vivir y sentir, no de contar o cantar. 

Uno de los encantos de los yaravíes, es el encuentro entre una segunda voz que acompaña a la primera y le ofrece su dulzura para que brille más. Viene a mi memoria una frase de mi padre, don Luis Serafín Montoya Pineda, con quien Luis, Edwin y yo aprendimos a cantar yaravíes, valses y waynos: “Cuando aprendas a hacer una segunda voz, podrás disfrutar de la primera y si le llevas una buena segunda voz a una mujer sentirás el encanto del yaraví”.

Cuando oímos y vemos cantar yaravíes a adolescentes y niños, en quechua y en castellano, en Lima, Cusco, Huamanga, Puquio o Coracora, también en Arequipa, mis razones podrían ser insuficientes. Habrá, con certeza otros sentires, profundos, escondidos y desconocidos.

Finalmente, espero que pronto vuelva a cantar con Ernesto el yaraví La colina y el wayno Vapor brillante, en Lomas y subamos a Puquio para una jarana de cielo estrellado, con la protección de nuestra cruz del sur. El puerto de Lomas, Acarí y Puquio, son parte de un mismo triángulo vertical que une al Apu Qarwarasu con las playas y olas del mar, entre Nasca, Marcona y Yauca. Por esos caminos suben y bajan nuestras canciones con sus alegrías y dolores, caminan también nuestros zorros de arriba y de abajo, como en otros tiempos nuestro amauta José María Arguedas.


Escrito por

Rodrigo Montoya Rojas

NAVEGAR RÍO ARRIBA


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